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La sombra

nunca después he vuelto á experimentar cosa parecida. Fijaba mi vista en aquel hombre, le tocaba, le veía, tenía todos los fundamentos necesarios para creer en su existencia, y aun me parecía todo un sueño.

»¿Á usted no le ha pasado que al sufrir los tormentos de una pesadilla se muestra íntimamente incrédulo ante tantos dolores, y dice «esto es sueño», como si una chispa de razón velara cuando todas las facultades se nublan, menos la fantasía, que lo domina todo á sus anchas? Pues lo mismo yo, en aquel delirio angustioso, decía para mí á veces: «Esto es un sueño.» Pero la realidad me desmentía: hallábame en mi casa; me reconocía despierto, como ahora me reconozco vivo. Iba y venía, presa de una horrible ansiedad, y todo lo que me rodeaba era real, las personas las mismas, idénticos los objetos. Salía de mi cuarto, á ver si la impresión de cosas externas me daba alguna luz; pero nada lograba.

Por fin, determiné ausentarme de allí: cerré el cuarto, dejando dentro al herido, y fuí á la habitación de Elena. Cuando entré, mi mujer se sobrecogió de espanto, tembló, y después me dijo algunas palabras mal articuladas, porque el terror le embargaba la voz. No sé qué íntimo convencimiento me obligó á mirar todo, á registrar todo, agitado, convul-