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B. Pérez Galdós

sangre, mi aliento, mi mirada, mi palabra; quemo, devoro, aniquilo. No opongas á mi poder esos elementos venales que á un signo mío obedecen sumisos. Yo digo al aire: «Agita sus cabellos, lleva á su oído ecos que la sumerjan en esas meditaciones vagas, de cuya confusión sale luminoso, inexorable el primer mal pensamiento.» Y el aire me obedece. Yo digo al agua: «Ve y acaricia con irritante frialdad ó calor suave su cuerpo, que en las ondas del baño se abandona indolente; difunde en ese cuerpo la languidez, y altera la serenidad de su cabeza, produciendo el mareo voluptuoso que engaña la conciencia y hace accesible la fortaleza del recato.» Y el agua me obedece. Yo digo al fuego: «Corre por sus venas, enardece su corazón, y haz brotar en su pensamiento esa chispa incendiaria que es la abdicación postrera de la voluntad. Y el fuego me obedece. Yo digo á la luz: «Refleja en el espejo las hermosas líneas de su rostro, y lleva de su espejo á sus ojos la imagen del cuello, del labio, de la cabellera, del talle, para que aumente su amor propio, baluarte formidable que me defiende.» Y la luz me obedece. Aún más: yo soy ese aire murmurador, esa agua voluptuosa, ese fuego que inflama, esa luz que adula.

Ciego: me estás viendo, crees que estoy aquí.