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Página:En la paz de los campos (1909).pdf/233

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mujer estaba atacada de una afección cardíaca, y en aquel régimen de pesares y remordimientos, el mal creció rápidamente.

Vivió, sin embargo, cuatro años.

Y después murió á su vez dejando al vizconde Jacobo solo en el mundo y libre de pagar con su herencia las deudas ficticias y morales de su padre desaparerecido.

Durante un año, Jacobo, convertido en hombre de negocios por la fuerza de las circunstancias, buscó sin ruido compradores para su castillo y sus tierras, pues no quería de ningún modo venderlos sencillamente por subasta, seguro de que los Grivoize los comprarían á cualquier precio.

Había calculado que una venta razonable le produciría la suma necesaria para liquidar lo que él consideba como su pasivo personal, con algunos miles de pesos además. Esto le bastaba y dejaba para aquel momento el resolver sobre su porvenir.

Cinco años habían pasado desde la fuga del conde Juan y jamás había llegado á su hijo una palabra suya. Jacobo le consideró como muerto y le lloró. Todos los recuerdos lejanos vinieron á su memoria. Vió á su padre, joven y encantador, que no volvía á Valroy más que por cariño á su hijo. Pensó que los únicos disentimientos que después los alejaron al uno del otro, al menos moralmente, habían sido por su pasión á Arabela.

Al hacer esta evocación le rechinaban los dientes.

Por fin, encontró el comprador que buscaba. Este, enteramente extraño al país de los Grivoize, visitó solo y secretamente el castillo y las tierras y se declaró satisfecho.

El contrato de compra—venta fué hecho legalmente, estipulando que el comprador pagaría los fondos el 15