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y á convenceros; falta saber si estáis bastante endurecidos en el crimen para perseverar en él, ó si la voz de la justicia y de la razón puede todavía traeros á caminos más rectos y á resoluciones mejores...

—Ande usted, señor Conde—dijo Piscop recostándose en su silla con los brazos todavía cruzados; después, cerrando los ojos, añadió: —Acúsenos usted y convénzanos; le escuchamos.

El Conde se levantó no pudiendo estarse quieto, é inclinado sobre la mesa, vagamente iluminada por dos lámparas de estilo antiguo, empezó: —Hace cinco años, cuando os sustituisteis á mis diversos acreedores y os consentí hipotecas sobre mis edificios, mis bosques y otras garantías además, se convino que después de estos cinco años el contrato sería renovado por sí mismo y que nuestros convenios volverían á tomar fuerza y derecho para otro plazo de igual duración...

Piscop le interrumpió: —¿Tiene usted un papel y firmas que establezcan lo que afirma?

—No dijo el Conde,—tengo su palabra de usted y la de Carmesy.

Piscop movió la cabeza.

—No veo qué tiene que ver Carmesy con todo esto; nunca ha sido portador ó concesionario de ninguno de sus créditos de usted. Era un amigo que le aconsejaba...

Al decir esto no pudo menos de sonreir y miró de reojo á sus hermanos.

—En cuanto á nuestra palabra no recuerdo haberla dado... Os acordáis vosotros?

Los dos Grivoize negaron todo recuerdo con un enérgico movimiento de cabeza. El Conde murmuró entre dientes: —¡ Canallas!