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biera hecho mejor en permanecer extraña á aquel pasado doloroso.

Hacia los dieciséis años resolvió tontamente estudiar la histora de sus ascendientes, que se le tenía oculta, y pronto descubrió aquella lúgubre repetición de suicidios de sus parientes más próximos.

Como era Antonieta, por su naturaleza, nerviosa, preocupada y mal sentada en la existencia, resultó aterrada. La sangre vertida por dos veces en las losas de Reteuil era la que corría por sus venas; le pareció que pesaba sobre su raza un destino ineluctable y que, si ella escapaba á él por ser mujer, los hijos que nacieran de ella estarían fatalmente condenados. Juró entonces permanecer soltera; pero, desconfiando de su madre, que seguía haciendo alegre vida, ocultó sus pensamientos y sus decisiones y guardó el secreto de su espanto.

Pero era tal secreto muy pesado para tan débil criatura y su salud se alteró... Es el crecimiento,» se dijo. Es que se hace mujer,» afirmaron otros.

Se hacía mujer, sí, pero una mujer triste: Crecía, es posible, pero era en desolación y en amargura.

Berta, que crecía en plena salud, la despreciaba y se indignaba, al verla tan pálida, de que aquella joven colmada de bienes no pareciese ser feliz. Antonieta no juzgó conveniente hacerle confidencias que ella, por otra parte, no hubiera comprendido.

Ahora bien, Berta pensaba: «No es una lástima tener semejante cara cuando se es noble y rico y no hay más que querer para ser obedecido ?...» No sabía Berta que si hay, por casualidad, algún mortal exento de preocupaciones, su primer cuidado es creárselas ficticias para suplir á las verdaderas, sin lo cual el tiempo resultaría vacío.

Pero cuando, para colmo de dicha para la una, y de