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Preveía la escena y las humillaciones... ¡No!

Pero cuando se encontraba á su lado, en su atmósfera de silencio y de éter y en su eterna penumbra, pensaba tristemente que allí estaba acaso, la salvación... allí delante de él, en aquella mujer que llevaba su nombre y que le había amado... Y bien, no; la esperanza más lejana y más loca era más próxima y más razonable que aquella.

A todo esto, á pesar de su decadencia consumada, Valroy se negaba todavía á aceptar á Carmesy. Había conocido en París muchos de esos nobles desbancados, sin oficio y llenos de industria; y le parecía demasiado encontrarlos en su provincia y en su casa.

A Jacobo le contrarió esa actitud, y más aún porque el Conde, ya fuese en un momento de descanso, ya por desanimación, no se movía en aquella época del castillo.

Llegábanle, sin embargo, cartas que le hacían palidecer, y entonces se iba solo por los bosques, hablando en voz alta y haciendo gestos.

En una de estas escapatorias, se encontró á su hijo con miss Bella, y, á pesar de sus prevenciones, la gracia y la armonía de aquella pareja le conmovió y no pudo menos de sonreir, él, que sonreía tan penosamente.

Los muchachos venían á su encuentro, preocupados los dos por el efecto que iban á producir; ella, la niña seductora, sin admitir la posibilidad de una acogida que no fuese entusiasta; y él, el joven acostumbrado á disponer á su alrededor la lluvia y el buen tiempo y á imponer la ley, temiendo en aquel encuentro al único personaje cuya voluntad pudiera todavía vencer á la suya.

Jacobo hizo la presentación sin aparente embarazo, pero un poco pálido. El Conde saludó gravemente