gencia fué mirar de nuevo el cuadro de Paris. La figura del hombre estaba en su sitio.
Pero no pude contener un estremecimiento de terror y un frío glacial cuando el rostro pintado del troyano se volvió hacia mí, me miró y se rió el maldito con expresión tal de burla, que se me erizaron los cabellos.
—Eso sí que es particular dije yo—, y excede en rareza á todo lo anterior.
—¿No es verdad, amigo, que esto parece un cuento inverosímil?
—¡Ya lo creo! ¡Y tan inverosímil!
— Aquel día — prosiguió — la consterna ción reinaba en el cuarto de mi mujer. Rodeábanla sus padres y algunos parientes oficiosos, de esos que acuden á todos los trances, aun cuando no sean llamados. Lloraba ella, y el iracundo conde de Torbellino, su padre, aseguraba que había casado á su hija con el más fiero de los monstruos imaginables. Su madre, que era una vieja coqueta, procuraba consolarla, diciendo que no hiciese caso de mis extravagancias, y tomara con calma aquellos arrebatos de frenesí que tanto la mortificaban. Cuando quedamos solos, Elena, arrojada á miş plantas, protestó de su inocencia, añadiendo que todo era una pura aprensión mía; que allí no había entrado hombre alguno; que por el balcón no había 5