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La sombra

tiplicados, la aglomeración de piezas, muebles, vasos, adornos, con el sello de países distintos y artes diferentes, la amalgama de cosas bellas, curiosas ó raras halagaba el entendimiento oprimido hasta entonces por la simetría, y daba libertad á la vista, antes subyugada por la línea. Aquí los objetos reunidos con acertado desorden, las infinitas soluciones de continuidad, la ausencia completa de proporciones, producían inmenso agrado, y borrando todo punto de partida, evitaban al espectador la fatiga que produce el involuntario medir á que se entrega la vista en presencia de la arquitectura. Los interiores, cuando son bellos, son como los abismos: fascinan la vista, y el espectador no puede prescindir de arrojar mentalmente una plomada y trazar en el espacio multiplicadas líneas con que su imaginación trata de sondear el diámetro del arco, la altura de la fuste y el radio de bóveda. En este involuntario trabajo mental, producido por la armonía, la simetría, la proporción y la esbeltez, se fatiga la mente y flaquea entre el cansancio y el asombro. Cuando no hay estilo y sí detalles; cuando no hay punto de vista ni clave, la mirada no se fatiga, se espacía, se balancea, se pierde; pero permanece serena, porque no trata de medir ni de comparar;