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La sombra

do era cada vez más bello, sin que la profusión perjudicara la pureza y armonía. Primero se reflejaba allí toda la graciosa sencillez de los antiguos templos de Atenas; las mismas formas adquirían después esbeltez y gallardía modificadas por la mano del arte jónico. Más adelante, la monótona tersura del inármol desaparecía entre los colores del jaspe, el dorado brillaba en los acantos del capitel corintio, en las dentículas y en las grecas. La figura humana principiaba á manifestarse en las claves del arco, en los relieves triangulares de las pechinas, en los monstruos híbridos que galopaban sobre el friso, en las cabezas de sátiro, en las máscaras grotescas, cuyas bocas, contraídas por la hilaridad anacreóntica, vomitaban flores y festones. Más allá, las hijas de la Caria soportaban el arquitrave adornado con severidad; y ya la figura humana aparecía completa en el muro: los centauros á un lado, las amazonas á otro, sostenían sus luchas encarnizadas. Las ninfas agrupadas en el frontón coronaban de rosas la cabeza de la víctima propiciatoria; los atlantes sostenían encorvados el techo, mientras en los relieves se desarrollaban, magníficamente esculpidas, las fábulas todas de los grandes desfacedores de agravios de la Grecia, Hércules y Teseo. Las