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B. Pérez Galdós

atención y no comprendí. Voy á ver lo que es eso, dije; yo necesito meterme en experimentos.» Compré esos trebejos, y me puse á soplar y á observar. Una nomenclatura y un manual me han bastado para distraerme unos días. Pero aquí no hay nada más que un pasatiempo: cultivo la curiosidad aunque sin fruto positivo. Que nadie espere de esto ningún adelanto científico. La verdad es que mientras caliento mi máquina y descompongo esos aguachirles, no pienso en otras cosas, y así me va tal cual.

—¡La loca, siempre la loca!—le contesté.

La verdad es que la imaginación, á quien con mucha propiedad llama usted de ese modo, si usted la sujetase un poco, lejos de atormentarle podría ser fuente fecundísima de creaciones, cuya importancia usted más que nadie puede conocer. ¿Por qué no se ha dedicado á las artes?

—¡Oh! Para el cultivo de las artes — dijo, volviendo la espalda al aparato—se necesita una imaginación cuyo ardor y abundancia se contenga en los límites naturales; una imaginación que sea una facultad con sus atributos de tal, y no enfermedad como en mí, aberración, vicio orgánico. Esa preciosa facultad, aunque exuberante en algunos, no llega á dominar al individuo hasta el punto