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B. Pérez Galdós

tierra y á las rocas con sus torcidas raíces; arroyos que se precipitan gritando como chicos que salen de la escuela. Pero antes vimos el Pisuerga, un miserable hilo de agua que describiendo más curvas que un borracho se dirige al Sur, y el Ebro, un niño que pronto será hombre, y marcha hacia Levante.

Nosotros marchamos con las aguas que van hacia el Norte. A poco de salir de aquel largo túnel, que parece una pesadilla, se nos presenta á la derecha un chicuelo juguetón que marcha á nuestro lado brincando, haciendo cabriolas, riendo y echando bromitas á todas las piedras y troncos que en su camino encuentra. Es el Besaya, un modesto río que nos acompañará gran trecho.

Mientras descendemos con no poco trabajo la gigantesca escalera de Cantabria, el pillete, en vez de trazar curvas como nosotros de monte en monte, baja á saltos, y le vemos en la hondura riendo y jugando. Pero no quiere abandonarnos, y en Bárcena de pie de Concha se nos pone al lado izquierdo, y por todos aquellos valles y cañadas nos va dando conversación con mucha cortesía y sosegado estilo.

En una garganta tapizada de lozano verdor hallamos las Caldas, una gran tina entre dos montañas, y poco más allá, agujereando