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B. Pérez Galdós

jines, aspiraba con ansia el rarificado aire. La diabolica aparición llegóse á mí; sostuvo mi cabeza, dióme á beber no sé qué delicado y refrigerante licor que facilitó el trabajo de mis pulmones, difundiendo cierta frescura por todo mi cuerpo, y entonces me sentí mejor; mis excitados nervios se dilataron, dándome algún reposo; y al aclarárseme los sentidos, pude oir el discurso que con dulce voz me dirigió la señora, y que, si mi memoria no me es infiel, fué de este modo:

V

Yo soy la plenitud de la vida, la cúspide del año natural; soy la ley de madurez que preside el cumplimiento de todas las cosas, la realización de cuantos conatos bullen en el seno infinito de la Naturaleza. Antes de mí, todo es germen, esfuerzo, crecimiento, aspiración; después de mí, todo decae y muere.

Soy el logro supremo y la victoria que se llama fruto, victoria admirable de las múltiples fuerzas que luchan con la muerte. Por mí vive todo lo que vive. Sin mí la Creación sería, en vez de gloria y triunfo, una especie de bostezo perenne, el fastidio de los elemen-