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La sombra

do del ascua, semejante á la vibración lejana de misterioso instrumento, el olor de los ácidos, la emanación de los gases, el asmático soplar del fuelle, que funcionaba con ansia y fatiga, como un pulmón enfermo, todo esto producía en el espectador ansia y mareo imposibles de describir.

Cuando el que esto escribe tuvo el honor de penetrar en el estudio, gabinete ó laboratorio del doctor Anselmo, su asombro fué grande, y no podrá menos de confesar que, mezclado al asombro, sintió cierto terror, sólo calmado por la idea de que aquel hombre era el más afable é inofensivo de los seres. Además, ¿quién ignoraba que don Anselmo no era nigromante ni profesaba ninguna de las endiabladas artes de la antigüedad?

Apenas hubo quien tomara en serio sus trabajos, y más bien le tenían en la vecindad por loco ó mentecato que por hombre medianamente sabio, con asomos siquiera de sentido común. Él, sin embargo, se enfrascaba en aquella tarea incesante, de que nunca se vió resultado alguno, y á juzgar por la gravedad con que soplaba sus hornillos y la atención ansiosa con que hacía circular los líquidos verdes y rojos al través del vidrio de los alambiques, grandes y transcendentales problemas traía entre manos.

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