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Tropiquillos

✔ TROPIQUILLOS 215 en cipayo, en japonés, por bocas blancas, negras, rojas, amarillas cobrizas y bozales.

Ya no quedaba en mí sino el dejo nauseabundo de una navegación lenta y triste en buque de vapor cuya hélice había golpeado mi cerebro sin cesar día tras día; sólo quedaban en mí la conciencia de mi ignominia y los dolores físicos precursores de un fin desgraciado. Enfermo, consumido, ya no era más que un pábilo sediento á cuyo tizón negro se agarraba una llama vacilante, que se extinguiría al primer soplo de las auras de otoño. Y me encontraba en lo que fué principio del camino de mi vida, en mi casa natal, montón de ruinas habitadas sólo por el alma ideal de los recuerdos. Mis padres habían muerto; mis hermanos también; apenas quedaba memoria de aquella honrada familia. Todo era polvo esparcido, lo mismo que el de la casa. Y yo, que existía aún como una estela ya distante que á cada minuto se borra más, perecía también de tristeza y de tisis: las dos formas características del acabamiento humano. El polvo, los lagartos, las arañas, la humedad, las alimañas diminutas que alimentan su vida de un día con los despojos de la vida grande, me cercaban aguardándome con expectación famélica.

«Ya voy, ya voy... — exclamé apoyando