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B. Pérez Galdós

y las piedras salían silbando, á manera de balas, perdiéndose de vista.

Pero ¿qué haces, chiquillo? ¿Apedreas el río? Mira que se enfadará.

Oíase un lejano murmullo del agua, y en el mismo instante empezaron á caer gotas.

Llueve, Celín; ¿dónde nos metemos? dijo la damita echándose el manto por la cabeza. Pero el otro, por toda respuesta, tornó á cogerla en brazos y entró con ella en una gruta. Desde allí vieron que el. río se alborotaba, encrespando sus aguas. Celín volvió á tirar piedras, y lo que más pasmaba á Diana fué verle coger cantos enormes y dispararlos cual si fueran los tejuelos con que se juega á la rayuela. Cuando aquellos pedruscos caían en la undosa corriente, oíase un mugido profundo exhalado por las aguas, y además un rumor dulce y misterioso como sonido de arpas distantes.

—¿Qué es esto, Celinito?... ¡Ah!, me parece que el río se va. Sí, las aguas merman, ¡pero cómo! El cauce se queda seco... Mira, mira...

Las aguas corren hacia arriba y las olas se atropellan. Pero tú, ¿por qué tiras piedras?

¡Qué malo eres! Ya ves, le has espantado, y ahora nos quedaremos sin río. Y emprenda usted ahora otra caminata para ir á buscarle. ¡Pero qué cosas tienes! ¿Crees que es-