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B. Pérez Galdós

«¡Razones! No seas tonto. ¿Qué razones puedes tú tener para obrar de esa manera? Si tuvieras la calma, la filosofía que se necesita para poder vivir en estos tiempos que alcanzamos, no te sucedería eso. Es que tú te apuras de nada; eres muy puntilloso; tomas muy á pechos todas las cosas, y, en resumen..., no sabes vivir.»» —«Suplico á usted, mi querido suegro, que me explique eso, pues quizás me dé alguna luz en la situación en que me hallo.» «Quiero decir que te cuidas demasiado de la opinión de las gentes, cosa que se debe despreciar las más de las veces, sobre todo cuando, como en la ocasión presente, no se funda en nada positivo, sino en esas presunciones vulgares, hijas de una gran decadencia moral. » — «Pero ¿qué dice la opinión de las gentes?—pregunté yo—. ¿Alguien se ha atrevido á hablar de mi casa, de mi familia...?» —Te diré—contestó él enfáticamente—; no debes apurarte por esto, que además de no tener importancia, es cosa que se ve con demasiada frecuencia para inspirarnos recelo. No hay que hacer caso de la opinión de esa gente holgazana que vive de la cháchara y el escándalo, atisbando siempre en lo más íntimo de las familias... No te apures por eso.