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además un terrible enfermo, impaciente, voluntarioso, que rechazaba cuidados y medicinas y se negaba á toda persuasión. Su padre mismo fracasaba en sus tentativas al chocar con una obstinación feroz y una furiosa rebeldía.

Pero, al tercer día, toda aquella fuerza cayó y el niño no fué más que un cuerpo inerte que se manejaba sin resistencia, lo que fué todavía más lamentable, pues el silencio y la inmovilidad de aquella carne, tan agitada y ruidosa el día anterior, parecían un adelanto del resultado definitivo y un principio del fin que se temía.

Las noticias se propagaban fuera hora por hora.

Berta cayó desde el primer día en la desesperación.

La noche fué para ella una larga pesadilla. Entre Regino y Sofía, que persistían en velar á José aun estando fuera de peligro, la madre miraba á éste sin verle, y tenía al otro en el pensamiento y ante los ojos.

Su marido y su hermana hicieron dos ó tres veces un esfuerzo para atraerla hacia ellos. Berta se estremecía, volvía unos ojos asustados y contestaba: —Qué?... ¿Qué hay?... ¿Qué tengo ?... No tengo nada.

Y volvía á caer en su marasmo. Garnache hablaba en voz baja para no despertar al pequeño, y decía: —No es éste el momento de arrancarse los cabellos...

¡Está salvado!

Y aquella extraña madre levantó la cabeza y exclamó casi gritando: —¿Quién está salvado?... ¡Ah!... ¡Este!...

Y mostró con la cabeza al que no la interesaba...

Sofía, indignada, se atrevió á decir: —Eso no está bien, hermana. Te remueves más la bilis por el hijo del castillo que por el tuyo propio.

Deja en paz á Jacobo. Si está verdaderamente enfer-