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Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836: Capítulo IX

De Wikisource, la biblioteca libre.
Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle (1839)
de Philip Parker King



CAPÍTULO IX.


Detención en puerto San Antonio – Colibríes en nevadas – Fueguinos – Comentarios geológicos – Canoas – Trinchando – Aves – Peces – Angostura Shag – Glaciares – Avalanchas – Nativos – Clima – Llegada del invierno – El Adelaide pierde un bote – Inundaciones - Relámpago – Escorbuto – Levantamientos del Adelaide – Puerto Bougainville – Los indios cruzan el Estrecho, y visitan puerto del Hambre – Zarpe de las naves loberas – Aumenta el escorbuto – Envío del Adelaide por carne de guanaco – Regreso del Beagle – Comandante Stokes muy enfermo . El Adelaide trae carne de los patagones – Muerte del comandante Stokes.


Nuestra permanencia en este puerto se prolongó más allá de lo que era mi intención por el clima de densas nevazones y fuertes temporales, los que cortaron nuestra comunicación con la costa, porque no obstante que estábamos en un lugar muy protegido, y el buque había fondeado tres anclas, no lo considerábamos completamente seguro contra las violentos ráfagas. Habíamos tenido fortuna en la obtención de observaciones, y aprovechamos nuestra detención para pasar al papel las operaciones de los días anteriores. Encontramos choros en gran abundancia en las marismas. Hay tres variedades, una de las cuales tiene un amargo, sabor desagradable, pero los otros son sumamente buenos y saludables. Uno de estos últimos es de gran tamaño (Mytilus Magellanicus de la Ency. Méth.). El otro es de una forma más globosa que el tipo amargo, y tiene una muy obtusa charnela y borde. El tipo amargo contiene perlas, que no tienen ningún valor, porque son pequeñas, y de un mal color.

Al principio había un montón de aves marinas *[1] en la caleta, que se refugiaron en la cabeza de la bahía; hasta que después de dos días, nos abandonaron totalmente. Parecía haber abundancia de peces; pero como no nos habíamos provisto de una red de cerco y no quisieron morder la carnada, estuvimos limitados como refrigerio principalmente a mariscos.

No se vieron, rastros de cuadrúpedos, a excepción de un perro indígena. Aquí la gente de Wallis vio un animal grande de pezuña partida, que ellos describieron ser tan “grande como un asno”. Probablemente era un ciervo, uno o dos de los cuales habían aparecido ocasionalmente en puerto del Hambre.(e)[2]

Ha sido mencionado que encontramos muchos colibríes en puerto San Antonio, lo que atribuimos a la situación protegida del lugar, y al crecimiento exuberante de las fucsias y otras plantas, con los dulces de cuyas flores se alimentan. Aquí, sin embargo, uno de la misma especie fue visto paseándose en un lugar muy expuesto y durante la caída de una lluvia de nieve, una prueba del carácter resistente de esta pequeña ave, que, si emigra a la llegada del invierno a un clima más cálido, se queda, a lo menos, tanto como le sea posible. Esto fue a mediados de abril, el invierno había, de hecho, ya comenzado, y todas las montañas que nos rodeaban estaban cubiertas de nieve, mientras que el suelo también estaba recubierto con la misma deslumbrante envoltura. El Sr. Graves intentó subir a la montaña De la Cruz; pero una fuerte nevazón impidió el intento, y perdimos la oportunidad de obtener una ronda de ángulos desde esa altura, lo que habría ayudado considerablemente nuestras operaciones. También habríamos tenido una vista a ojo de pájaro del canal Bárbara y los senos del lado opuesto del Estrecho, cuyo alcance y naturaleza no conocíamos; y el informe de Córdova de la bahía San Simón; y un entrada profunda que existe al lado oeste del mismo, es muy insatisfactorio.

No había señales de una visita reciente de los fueguinos, aunque en la entrada de la cala encontramos tres o cuatro wigwams en buen estado; por lo cual parece probable, que este lugar es una de sus guaridas frecuentes. Cuando el Beagle vino aquí el año pasado, algunas varas de un puesto quedaron en pie; pero, antes de su regreso, todas habían sido quitadas; y cuando el comandante Stokes bajó por el canal Bárbara, para ayudar a la tripulación del Saxe Cobourg, estas varas fueron vistas en poder de los indios.

Una buena mañana (11) nos indujo salir de este tranquilo fondeadero, para examinar las ensenadas de la costa sur; y en la tarde el ancla se dejó caer en un lugar conveniente, en el lado oeste de la entrada oeste, llamada por nosotros caleta Warrington. Mientras cruzábamos la bahía desde punta Elvira, la extremidad norte de la isla Cayetano, fueron observadas varias “fumarolas” en las tierras bajas, en el fondo de la ensenada; y después que fondeamos nos visitaron dos canoas, conteniendo seis hombres, cuatro mujeres y dos o tres niños. Se aproximaron con mucha cautela, pero no los pudimos inducir que atracaran a nuestro costado. Por fin, los hombres desembarcaron, y nos invitaron a que nos comunicáramos con ellos. Por lo tanto fui a tierra con dos o tres oficiales, y permnecimos con ellos media hora, durante la cual perdieron poco a poco la desconfianza que habían mostrado al principio. Pero cada hombre llevaba todavía una cantidad de guijarros en la esquina de su envoltorio, listos para repeler cualquier ataque que pudiésemos hacer contra ellos, del conocimiento que hemos obtenido ya de sus carácter, creo que es probable que hayan cometido recientemente algún acto de agresión contra un barco lobero, y estaban temerosos de las represalias. Nuestra conducta tendió a asegurarles nuestra amistad, y, poco después que dejamos la orilla, ellos vinieron a nuestro costado en sus canoas, y fueron muy familiares, intercambiando ansiosamente sus collares y canastos. En su desplazamiento hacia nosotros probablemente desembarcaron sus bienes más valiosos, tales como las pieles de nutria y lobo marino, así como sus armas y perros, sin los cuales nunca se alejan mucho.

Los nativos de esta parte son considerados por los loberos como los que tienden a ser los más maliciosos que cualquier otros en el Estrecho, o en la Tierra del Fuego. El aspecto de nuestros visitantes estaba sin duda en contra de ellos; pero no cometieron durante los dos o tres días de comunicación, ningún acto del que pudiéramos quejarnos, o ser causa de sospecha de su honestidad y amistad. Nosotros, sin embargo, mantuvimos también buena vigilancia, que les permitiera tomar ventaja de nuestra aparente buena naturaleza.

Entre los arbustos en lo alto de la playa había tres wigwams, pero los indios no tenían intención de permanecer con nosotros durante la noche. Se fueron, para nuestra gran satisfacción, a una hora temprana, y regresaron al fondo del seno, donde se había reunido un numeroso grupo de sus compatriotas. Su partida nos permitió mirar alrededor, en la vecindad de nuestro fondeadero, y examinar sus productos, que no se diferenciaban de los de otras partes de la costa. Su estructura geológica es, sin embargo, diferente: las rocas son de jade, o granito, sin pizarra. El monte Maxwell, que se eleva inmediatamente sobre la caleta, es la terminación de una cadena de montañas rocosas, cuyas cimas están coronadas de nieve. Las partes verdes de la montaña, a intervalos entremezcladas con grandes masas de roca desnuda, producen, desde la distancia, más bien un efecto agradable; pero al examinarlo, el verdor se encontró que consistía principalmente de musgo, o de una vegetación raquítica, que cubre un suelo blando y pantanoso. Las partes superiores de la montaña son tan escarpadas que no son fáciles de alcanzar; y, de verdad, muchas partes se elevan con una pendiente perpendicular de más de cien pies. En el lado sur del monte Maxwell, está la ensenada Smyth, que tiene un fondeadero en la costa norte, especialmente uno en caleta Earle; pero en el centro el agua es profunda, y por eso, no es un lugar apropiado para un buque. Durante la ausencia del Sr. Graves a puerto Smyth, examiné la costa tan lejos como hasta el cabo Edgeworth, donde obtuve numerosos juegos de demarcaciones. La tarde fue especialmente favorable para este propósito, las cumbres nevadas de las montañas de la costa norte eran perfectamente visibles; y entre ellas había una muy alta, en forma de un escudo escocés, en que el pico de la montaña correspondía a la punta central del escudo. Nunca después la vimos, y no pude, en esta oportunidad, establecer mejor su posición, que estimando su distancia. La roca es principalmente jade, acompañada por considerables masas de granito. Un pequeño islote en las afueras de caleta Dighton, está compuesto de granito, de una estructura de forma laminar. El Sr. Graves me trajo una muestra de granito de forma laminar adherido a una masa de jade.

Los indios nos visitaban todos los días, su número era generalmente de doce a dieciséis, de los cuales solo cinco o seis eran hombres, el resto eran mujeres, y niños de todas las edades. Uno de estos últimos no podría haber tenido más de tres semanas; aunque la madre, aparentemente de alrededor de dieciséis años de edad, estaba siempre ocupada trabajo laborioso de remar en la canoa. El niño estaba asegurado en el regazo de su madre, con su cabeza en el pecho, por un manto, el cual se estiraba con fuerza alrededor de ambos madre y niño. Sus canoas eran similares a aquellas de la parte oriental del Estrecho, cerca de diez pies de largo, soportando cuatro o cinco personas adultas y dos o tres niños, además de sus perros, implementos, y armas; estaban formadas de corteza, y mantenidas en forma mediante un soporte en cruz de madera que se asegura a la borda, la cual está alineada por un largo y delgado palo. Están divididas en tres compartimentos , el primero que ocupa aproximadamente un tercio del largo, contiene las lanzas, colocadas listas para uso inmediato; en el segundo están las personas mayores, con el fuego entre ellas, los hombres sentados el fuego y las lanzas, listos para usarlas en cuanto se aproximen lobos o delfines; en el lado opuesto del fuego estan sentadas las mujeres que reman la canoa, a las cuales los hombres a veces ayudan, cuando un larga expedición lo hacen necesario. Detrás de las mujeres, en la tercera división, están los niños mayores y los perros, los niños más jóvenes están generalmente acomodados en el regazo de las mujeres, buscando el calor mutuo. El fuego se hace sobre una capa de arcilla, de varias pulgadas de espesor, en el fondo de la canoa; y sobre el fuego, a través de la borda, yacen varias piezas de madera a medio quemar, para combustible.

Durante nuestra comunicación con estos visitantes se comportaron pacíficamente, y no hicieron intento de robar, aunque hubo algunas pequeñas picardías efectuadas por ellos en el trueque. Uno de los hombres habiendo separado todos sus bienes disponibles, ofreció una de sus hijas, una delgada niña de catorce o quince años, como una bagatela, y, al ser rechazado, llegó a ser insistente y pertinaz en cerrar el negocio en el precio que se le había ofrecido en broma; no sin dificultad fue convencido de que no era en serio. Eran tan pobres como el resto de sus compatriotas, muy mal vestidos, y poseían pocas pieles para trocar. Dos de ellos intercambiaron sus mantos de piel de nutria por camisetas de algodón, las cuales continuaron usando sin quejarse del frío. Como sus visitas duraban todo el día ellos siempre traían su comida, consistente en grasa de lobos marinos y de delfines. El método utilizado para cortarla es casi similar al adoptado por los indios esquimales, según lo descrito por Sir Edward Parry en su segundo viaje, y también se parece al proceso de los nativos del seno King George, que describí en el informe de mi levantamiento de Australia (vol.ii.p.140): un pedazo de grasa es sostenido en la mano izquierda, una esquina es tomado entre los dientes, y entonces es cortado con un cuchillo, mantenido casi oculto, en tiras hacia atrás y adelante, sin pasar el instrumento completamente a través: de modo que cuando está terminada la operación el pedazo termine en una larga banda, de cerca de una pulgada de espesor, formada por las tiras interconectadas. Todo el asunto de principio a fin es muy desagradable a la vista; y el rostro del trinchador está más allá de toda descripción, porque sus ojos dirigidos directamente hacia la grasa, terriblemente bizcos, dan a su fea cara una apariencia horrorosa. La tira de grasa luego es dividida entre la gente, cada uno de los cuales procede a extraerle su jugo aceitoso haciéndolo pasar entre sus dientes y chupándolo, después de lo cual es calentado en el fuego para facilitar su división en trozos pequeños que son tragadas o engullidas sin masticarlas. Bocados de esta exquisita comida se les daba no solo a los niños mayores, sin que también a los infantes de pecho.

El 14, mientras nos preparábamos para zarpar, los indios vinieron a bordo y nos ayudaron a levantar el cable, pero sin que nos representara una real ayuda. Cuando las velas fueron soltadas, las mujeres en las canoas comenzaron a cotorrear y gritar por miedo de que nos podríamos llevar a sus amigos, y su alarma no bien fue dada la cubierta estuvo libre de nuestros visitantes, que parecían estar tan asustados por su seguridad como lo estaban las mujeres. Unos pocos minutos después nos dirigíamos hacia el sur, primero tratamos de fondear en una bahía en el lado sur de puerto Smyth, pero la profundidad era tan grande, que envié al teniente Graves a sondar detrás de un islote donde había indicaciones de un lugar abrigado, pero regresó sin éxito. Durante su ausencia fui a un paso muy angosto, que él había descubierto, que conducía a un gran canal o seno; pero encontrándolo intrincado, pospuse tratar de entrar con la nave hasta que se ofreciera una oportunidad más favorable, y regresamos al lugar al sur de caleta Warrington, llamado bahía Dighton, donde fondeamos frente a una playa de arena en veinte brazas, y aseguramos el velero colocando el anclote en la orilla. Esta playa de arena fue la primera que habíamos encontrado en la parte oriental del Estrecho. La arena es de cuarzo, de color blanco, y siendo una novedad, hizo al lugar interesante. Un riachuelo, provisto por las quebradas del monte Maxwell, pasaba por sobre la playa hasta el mar, del cual se podía obtener un abundante suministro de excelente agua sin dificultad.

No vimos cuadrúpedos, pero, de la familia de los plumíferos, encontramos pájaros carpinteros, martínes pescador, y chochas, y en los rincones protegidos varios colibríes se movían entre los floridos matorrales de calafates, fucsias y arbutus. En el sentido de la corriente, en el paso estrecho, el mar lleno de peces, sobre los cuales sobrevolaban cormoranes y otras aves marinas, cazando sobre los pequeños pececillos que trataban de eludir a sus voraces enemigos, los delfines y los lobos de mar, miles de los cuales fueron vistos paseándose mientras proseguíamos nuestra ruta. Las ballenas eran también numerosas en la cercanías, probablemente debido a la abundancia de los pequeños camarones rojos, que constituyen su alimento principal.

Fui de nuevo a examinar el paso, y como estaba la corriente en contra nuestra, nos obligó a bogar cerca de la orilla oeste para aprovecharnos parcialmente de la contracorriente, de lo contrario no habríamos podido continuar hasta el cambio de la marea.

Estas angosturas, llamadas angosturas Shag, por la cantidad de aves que hay allí así llamadas por los marineros, no tienen más de cien yardas de ancho. El término del lado sur está enfrentado por una isla, desde cuya cima, de alrededor de cuatrocientos pies de alto, esperaba obtener una buena vista hacia el sur, y después de pasar las angosturas desembarcamos y alcanzamos la cima. Mientras mirábamos alrededor de la vista, y preparábamos el teodolito, una chocha salió del pasto largo y caminaba alejándose tan despacio, que el Sr. Tarn casi tuvo suerte de pegarle con un palo. Este pájaro nos proporcionó el nombre para esta estación, que encontramos estaba en el lado norte de una gran cuenca, diez millas de ancho, y seis de largo, terminando en en su lado sur en un canal que se dirigía hacia el mar abierto, pero atestado de islas y rocas. Una profunda entrada o abismo en la tierra, en la esquina NO de esta cuenca estaba llena de masas de hielo flotante, roto de un enorme glaciar.

Después de obtener todas las demarcaciones y embarcarnos, remamos tres millas hacia el oeste y tomamos un corrida de ángulos en punta Cairncross, el extremo suroeste de bahía Field, y de nuevo otra serie en la cabecera sur de seno Icy, cerca de caleta Dinner, donde encontramos un fondeadero muy conveniente para buques pequeños. A través del seno Icy encontramos alguna dificultad para ingresar, ya que el canal estaba muy obstruido por el hielo.

Tres millas dentro de este seno la costa rocosa se hizo más empinada, y dos millas más lejos, donde el ancho no era más de ciento cincuenta yardas, las rocas se alzan perpendicularmente en cada lado hasta una altura de setecientos u ochocientos pies. Más allá de esta parte notable el canal se abre hacia una cuenca de alrededor de media milla de diámetro, delimitada por un glaciar inclinado, del cual inmensas masas de hielo se desprenden frecuentemente, cayendo con un ruido como la descarga de una andanada de un buque, levantando una espuma de agua con una violencia terrible.

Cuando entrábamos a la cuenca, fuimos sorprendidos por un estruendo repentino, ocasionado por la caída de una de esas avalanchas, seguido por ecos que resonaban en torno a la cuenca y entre las montañas. Nos quedamos media hora después esperando por otra caída, pero no fuimos satisfechos. Se escucharon varias a la distancia, probablemente en lo alto de las paredes del glacial. La inspección del seno Icy nos ocupó hasta el anochecer, cuando regresamos a la goleta.

Durante nuestra ausencia, los indios habían visitado de nuevo el Adelaide, el mayor número de los cuales eran desconocidos. También habíamos visto un grupo en una canoa cerca de monte Woodcock, que estaban apaleando lobos, que estaban muy ocupados en su objetivo como para prestarle atención a cualquier otra cosa.

El día 16, habiendo concluido la etapa de nuestra ausencia, dejamos bahía Dighton en nuestro regreso; en la noche fondeamos en bahía San Nicolás, y al día siguiente llegamos a puerto del Hambre. Los nativos habían descubierto y visitado el buque mientras yo estaba lejos, pero el teniente Wickham no los alentó a que permanecieran; y dos o tres intentos de robo fueron detectados, fueron tratados con muy pocos cumplidos; así que encontrando que su compañía no era deseada, se fueron cruzando el Estrecho a bahía Lomas, donde por varios días después, el humo de sus fogatas fueron vistos. Eran los mismos indios que habíamos conocido en puerto San Antonio.

Que estos indios hayan sido recibidos tan fríamente, puede que parezca haber sido imprudente de nuestra parte, cuando se considera que nuestros veleros más pequeños y botes podrían encontrarse con ellos, y sus tripulantes maltratados a modo de represalia. Fue, sin embargo, tiempo que ellos deberían saber de nuestra superioridad; ya que, últimamente, varios ataques muy traicioneros habían sido hechos por ellos en las naves loberas, y este grupo era el más ansioso e insolente que habíamos visto. Uno de ellos se burlaba de nuestros hombres con el box, un logro que había probablemente aprendido de los tripulantes de las naves loberas; entre otros, se fijó en el sargento de los Marines, quien muy bruscamente lo empujó por sobre el costado, y lo hizo volver a su canoa, y con molestia la alejó del costado de la nave, y le lanzó una piedra al sargento que estaba parado en la pasarela. Como erró el tiro y no le hizo daño, no se tomó ninguna medida por su maldad. Después supimos que este mismo grupo había visitado puerto Bougainville, donde estaba fondeado el Adeona; pero como el Sr. Low no los animó a que permanecieran, ni les permitió subir a bordo de su bergantín, muy pronto se fueron.

La diferencia entre los climas de las partes occidental y oriental del Estrecho eran muy notables. Hacia el oeste el territorio, esta principalmente vestido con árboles de hoja perenne, tales como el haya de hoja lisa, y el calafate, con un sotobosque madroños y berberis, que parecen poseer un verdor constante, ni cuando la nieve lo cubre todo, ellos asumen cualquier cosa con apariencia de invierno. Hacia el este, los árboles de hoja perenne son menos comunes, su lugar está ocupado por el haya (Fagus Antartica), cuyas hojas se caen muy luego. La nieve había también comenzado a cubrir las tierras bajas, dando señales del invierno. Abril terminaba con mejor tiempo que el que habíamos experimentado por algunas semanas, pero mayo llegó con vientos del noreste y mucha lluvia, seguida por una gran nevazón.

“Tristis hyems montes niveo velamine vestit.”

Hasta ahora el termómetro no había estado muy bajo. En una o dos ocasiones había caído durante la noche a 28°, pero generalmente oscilaba entre 45° y 33°.

El Adelaide fue enviado de nuevo el 30 de abril, para llevar a cabo un examen de las aberturas a cada lado de la isla Cayetano; pero regresó el 21 de mayo, con la desagradable información de haber sido robado por los indios su único bote útil. Esta fue una pérdida grave, no solo por el mucho tiempo desperdiciado, sino también porque no teníamos otro bote para reemplazarlo. Para evitar demoras, le envié al Sr. Low, en puerto Bougainville, solicitándole si me vendería uno de sus botes; pero él estaba también mal, por pérdidas similares, por lo que solo podría ayudar prestándonos uno por unas pocas semanas, y como era la única embarcación que poseía, no podía prescindir de ir lejos de su buque. Por lo tanto, envié al Sr. Graves, en el Adelaide, a puerto Bougainville, para que se empleara a sí mismo en el examen de la costa desde allí hasta cabo Froward, y en el entre tanto comenzamos a construir una ballenera, para que estuviera lista para el uso del Adelaide tan pronto como el invierno hubiese pasado, ya que, del informe del Sr. Graves del estado del clima hacia el oeste, muy poco se podía hacer durante los meses de invierno.

El siguiente es el informe del teniente Graves de la pérdida de su bote: - Tras la salida de puerto del Hambre, se dirigió de inmediato a puerto Gallant, y levantó bahía Cordes; después de lo cual cruzó el Estrecho hasta bahía San Simón, y fondeó en caleta Millar, en el lado oeste, inmediatamente al norte de puerto Langara, del cual está solo separado por un angosto cuello de tierra. El Adelaide permaneció fondeado allí mientras el Sr. Graves visitaba diferentes partes de la bahía. Su presencia había atraído a un numeroso grupo de indios, que, ocupando varios wigwams cerca de la entrada de la caleta, realizaban diarias visitas a nuestra gente, y eran aparentemente muy de confianza y bien dispuestos.

Pero habían puesto una mirada de deseo en nuestra ballenera, que , cuando equipada para el servicio, contenía muchas cosas muy útiles para ellos, y prepararon un plan llevársela, lo cual sucedió. Una tarde pue alistada para partir a una temprana del día siguiente, y, para ahorrar tiempo, todo lo que se podía necesitar se embarcó en ella, y fue amarrada para pasar la noche. Dos o tres indios estaban entonces a bordo, y observaron lo que se había hecho, hicieron su plan, y a la puesta del sol se marcharon como de costumbre. La noche estaba extremadamente oscura, y a las nueve la embarcación se perdió del costado. Se dio la alarma, y se hizo la búsqueda inmediata en los wigwams de los indios, que se habían ido todos, sin dejar el menor rastro de ellos o del bote. La “amarra”, o cuerda con la cual había estado amarrada al navío, había sido cortada con algún instrumento afilado, probablemente un cuchillo, que nuestra gente había afilado para ellos en la muela ese mismo día.

Toda búsqueda posible se efectuó la mañana siguiente, pero sin éxito; el bote que quedó era uno que no podía ser utilizado en ninguna tarea, y el Sr. Graves regresó a puerto del Hambre. Molesto como fue este accidente, no podía culparlo por lo que había ocurrido, porque nadie tenía sospechas de tal conducta por parte de los indios, que, en todas las otras ocasiones, habían mantenido una distancia de nosotros después de caer la noche. El bote estaba estaba amarrado apropiadamente al costado, y la noche era tan fría que nadie habría pensado que los indios se expondrían a tal temperatura (28°); porque ellos tuvieron que nadar hasta el costado para para cortarlo y dejarlo a la deriva, y luego tuvieron que remolcarlo muy lentamente, para evitar que el robo fuera descubierto, porque había dos personas caminando por la cubierta en esa momento.

El Sr. Tarn, que acompañó al Sr. Graves en esta ocasión, me trajo una muy bonita águila marina (Polyborus Novoe Zealandioe), y algunas otras aves, y un ejemplar de un arbusto que no habíamos observado antes, una especie de Desfontanea.

Con el fin de evitar una pérdida similar en el futuro, el Adelaide fue de inmediato equipado con manivelas por fuera, para izar sus botes cuando esté en puerto.

El invierno avanzó rápidamente; el suelo estaba constantemente cubierto de nieve, de uno a dos pies de profundidad, y cada noche cayó más. En la primera parte de junio tuvimos una tormenta de viento del NO, que inundó las tierras bajas hasta donde se levantaban nuestra carpas; pero afortunadamente la carpa grande había sido accidentalmente colocada en una parte más alta, por lo que escapó. Esta inundación llenó, y , por supuesto, estropeó el agua de todos los estanques alrededor de las carpas; por lo que después tuvimos que conseguir nuestro abastecimiento desde una distancia considerable.

El 8 de junio muchos relámpagos fueron observados hacia el norte, y repetidos ruidos fueron escuchados retumbando, que se prolongaron por largos períodos; uno duró claramente por el espacio de veinte minutos. Al principio, pensamos que eran erupciones de algún volcán distante; pero por los frecuentes relámpagos, probablemente eran los ecos de los truenos, resonando a través de los profundos barrancos que cruzan las crestas rocosas de la Cordillera, de la que estábamos a una distancia por lo menos de unas ciento cincuenta millas.

Siguió una sucesión de malos tiempos, durante los cuales el barómetro fluctuaba rápidamente. El día 14, el mercurio cayó a 28,17 pulgadas, después de lo cual subió gradualmente, con el buen tiempo que tuvimos, hasta que llegó a los 30,50, cuando el mal tiempo nuevamente se estableció. La gente en las carpas experimentó otra inundación. Si el agua hubiese subido seis pulgadas más, se habría llevado todo; y como el viento soplaba directamente sobre la orilla, mientras un fuerte oleaje golpeaba la playa, les habríamos podido prestar muy poca ayuda desde el buque.

El rigor del tiempo nos trajo un acompañamiento más desagradable. El escorbuto apareció, y aumentó; mientras que la muerte accidental de un marinero, ocasionada por la caída por una escotilla, seguida por el fallecimiento de otro dos, y también del Sr. Low, del Adeona, cuyo cuerpo fue traído para su entierro, tendió a crear un abatimiento entre los tripulantes al que no encontraba la forma de detener. La monotonía de sus ocupaciones, el aspecto escalofriante y lúgubre del terreno, y el rigor del clima, tendían a aumentar el número de enfermos, como también los desfavorables síntomas de su enfermedad. El plazo de ausencia del Beagle, sin embargo, estaba llegando a su fin, por lo que difundí el rumor, que cuando apareciera dejaríamos puerto del Hambre. Para darle una apariencia de realidad a esta noticia, ordené que los masteleros fueran colocados, y que el buque por lo demás fuera preparado para la mar, lo que tuvo un manifiesto efecto sobre los escorbúticos, de los cuales varios estaban en mal estado por esta horrible enfermedad, y muchos otros estaban recién atacados. Nos encontrábamos ahora, también, dependiendo de nuestros propios recursos para comida fresca: apenas un pez fue pescado con el anzuelo, y con la red de cerco, aunque fue lanzada frecuentemente, nunca pescamos nada. De lo pájaros, sólo obtuvimos unos pocos halcones y pequeños pinzones, los cuales fueron todos reservados para los enfermos, la mayor parte de los cuales vivían en tierra, en las carpas, donde podían caminar alrededor, y distraerse a su antojo.

El Adelaide regresó de puerto Bougainville el 18 de junio, tras haber logrado el objetivo para el cual fue enviado. La extremidad del cabo Froward, un acantilado, sobre el cual está una colina con su cumbre redondeada (precisamente el “Morro” francés) es lo que Sarmiento llamó Morro de Santa Agueda. Cualquier nombre dado por este excelente antiguo navegante es demasiado clásico y valioso como para ser omitido; por lo tanto, mientras que la extremidad misma puede mantener la denominación moderna de cabo Froward, la montaña de la que forma parte puede aún permitírsele mantener su distinción. Detrás, la tierra se eleva hasta una alta cresta, el borde de la cual es notablemente dentado, y probablemente de carácter pizarroso.

Las muestras obtenidas del cabo eran pizarra arcillosa, muy mezcladas con pirita de hierro, y atravesadas por pequeñas venas de cuarzo blanco. De los fondeaderos examinados por el Sr. Graves, puerto Bougainville, mejor conocido por los loberos como la caleta de Jack, o el Puerto, es el más abrigado.

Está rodeado por todos lados de altas colinas escarpadas, densamente cubiertas con árboles. La profundidad es moderada, y el agua tan bellamente clara, que las anclas, y aún las conchas y piedras, se ven claramente sobre el fondo. Fue aquí donde Bougainville obtuvo la madera para usarla en la colonia de las islas Malvinas. El comandante Stokes dice de este lugar: “Después de ver los abundantes suministros de madera que bahía Agua Fresca y puerto del Hambre proporcionan, había compartido la sorpresa que expresa Byron, que nadie debería haber llegado tan lejos en el Estrecho para conseguirla, pero al examinar el lugar, encontré con que no se podía haber hecho una selección más feliz. Es una caleta pequeña, a la vuelta de la punta oriental de la bahía San Nicolás, de unas cien yardas de ancho por tres veces de largo. Aquí, amarrado a tierra, un buque puede estar en ocho brazas, perfectamente protegido de cualquier viento, el agua es tan tranquila como en una dársena. Árboles bien formados, de todas las dimensiones, crecen a unas pocas yardas de la orilla; y la madera, cuando es cortada, puede ser izada a bordo desde playa, mediante aparejos en los penoles. Aquí, también, con muy pocos problemas, se puede obtener suministro de agua de las muchas corrientes que se abren camino a través de los matorrales que rodean la cala. Mientras remábamos en este aislado rincón, el raro sonido de nuestros remos y voces hizo volar multitud de aves, y la superficie del agua fue rota por el salto de bonitos peces. Algunos gansos muy comestibles fueron derribados. Nuestra estada fue demasiado corta para armar la red de cerco; pero los tripulantes de mi bote logró llenar media embarcación con excelentes choros y lapas, que se encontraban en gran abundancia.”

La naturaleza geológica de la costa entre cabo San Isidro y bahía San Nicolás es de pizarra-arcillosa; cerca de la playa, sin embargo, esta roca no es visible, ya que está cubierta por una especie de brecha de guijarros redondeados, en una roca arenosa endurecida, de color verde. Los guijarros son principalmente de pizarra; pero algunos resultaron ser de granito y otros de cuarzo, quizás jade.

Uno de los cabos, llamado por el Sr. Bougainville cabo Remarcable, fue inspeccionado por el Sr. Graves en busca de conchas fosilizadas, de las cuales el navegante francés habla. La mitad de la roca fue reducida a pedazos, sin detectar nada como restos orgánicos. Conchas vivas había en gran abundancia cerca de la base del cabo, pero eso es lo que sucede en todas partes. Las especies generalmente encontradas son lapas y choros, pero con poca variedad y sin novedad. El 21 de junio, después de un fuerte vendaval del noreste, tuvimos un día excepcionalmente bueno. Los cerros del fondo del canal Magdalena estaban más definidas como nunca los habíamos visto, y el monte Sarmiento estaba particularmente claro; de hecho su contorno estaba tan claramente definido, que la distancia no parecía ser más de diez millas. Esta extraordinaria transparencia del aire al comienzo fue considerada un presagio de tiempo húmedo, ya que la apariencia clara y nítida de la tierra lejana era diferente de aquella que generalmente precede a la caída de la lluvia. La larga serie de tiempo lluvioso que habíamos experimentado nos hizo esperar un buen resultado de tan inusual atmósfera, y no fuimos defraudados. Al día siguiente nuestras esperanzas fueron confirmadas aún más al ver tres canoas indígenas, que venían a través del Estrecho, hacia nosotros, desde bahía Lomas, lo que ellos no habrían intentado hacer si no hubiesen estado seguros de que el buen tiempo continuaría; porque sus canoas están mal adaptadas para enfrentar la mar corta y cruzada que se encuentra durante los malos tiempos a medio canal del Estrecho.

Aunque la presencia de los nativos en general no me gustaba, porque naturalmente ponía fin a todo trabajo; sin embargo, en esta ocasión fue agradable, pues tendía en alguna medida a animar la forma monótona en la cual pasábamos nuestros días.

Al llegar a la bahía, los indios no se acercaron al buque, pero remaron dentro de las caletas de punta Santa Ana, donde nuestros botes estaban haciendo aguada. El Sr. Graves fue hacia ellos, para prevenir algún mal, y encontró que era la misma gente que nos había visitado antes. Cuando nuestros botes regresaron, ellos remaron hacia los wigwams que se encontraban al comienzo del puerto, cerca de un cuarto de milla más allá de nuestras carpas, y comenzaron a repararlos, y a la puesta del sol estaban instalados y protegidos para pasar la noche. Habíamos, sin embargo, recientemente experimentado su disposición traicionera, que no tuvimos confianza en su apariencia. Centinelas fueron apostados en las carpas, para dar la alarma, si cualesquiera se acercaba; y a las ocho una descarga de fusilería fue disparada, como medida de intimidación, y grabar en ellos la idea de que manteníamos vigilancia sobre sus movimientos, y que estábamos preparados.

Mientras estaban reparando los wigwams, algunos indios visitaron nuestras carpas, pero no se les permitió traspasar una cuerda que, por orden mía, fue extendida alrededor de nuestra propiedad, una restricción que nadie trató de evadir. Al atardecer se les dijo a todos que se fueran, e inmediatamente, como también con alegría, cumplieron.

La mañana siguiente, y en verdad durante todo el día, la vecindad de los wigwams mostraba la apariencia de una feria. Los visité, y encontré de que no solo habían reparado un wigwam antiguo, sino que levantado otro. Los dos juntos contenían a todo el grupo, consistente en veintiséis individuos, entre los cuales había un anciano y dos mujeres ancianas. Habían traído una colección completa de canastos, arcos y flechas, puntas de piedra de cuchillos, etc., para venderlos a nuestra gente, quienes siempre habían mostrado ganas de poseer estas curiosidades. Las puntas de los cuchillos eran hechas generalmente de obsidiana; pero la mayoría eran de botellas de vidrio quebradas, que habían recogido cuando nos visitaron el último año. Unas pocas sartas de cuentas compraron todas sus riquezas, después de lo cual vendieron sus perros, y el Sr. Graves obtuvo uno por un cuchillo y un collar de cuentas. Era un notable y bravo animal, que mostró gran reticencia a ser manejado por nuestra gente, muchos de los cuales fueron mordidos en sus intentos de llevarlo al bote.

Por la noche una de las canoas fue enviada a recoger mariscos, probablemente erizos, en el arrecife de bahía Rocky. A la mañana siguiente todos sus bienes fueron embarcados, y luego llevaron sus canoas a la playa, cerca de las carpas, donde algunos de sus hombres desembarcaron. No tenían nada que ofrecer a cambio de las varias cosas que los tentaban, y comenzaron a ponerse fastidiosos. Uno de ellos, el individuo que le lanzó una piedra al sargento, persistiendo en pasar la frontera que estaba marcada en el suelo, lo que ninguno de ellos antes se atrevió hacer, fue empujado por el centinela; trás lo cual corrió hasta su canoa y sacó varias lanzas, sin duda con la intención de forzar su paso; pero la aparición de dos o tres mosquetes lo hizo recapacitar, y las lanzas fueron devueltas a la canoa; después de lo cual se volvió tranquilo, y aparentemente amigable. Este asunto, sin embargo, fue seguido pronto por su partida, lo cual me dio mucha satisfacción. Fueron hacia el sur, desembarcando en la noche en bahía Voces, y al día siguiente fueron hasta el Adeona, en puerto Bougainville, donde permanecieron algunos días.

El día después que los indios nos dejaron, llegó un bote del Adeona, para informarnos que, en uno o dos días, el y sus acompañantes, el Uxbridge y Mercurio, querían dejar el Estrecho para ir a las islas Malvinas; tras lo cual preparé cartas para Inglaterra, y un informe de mis actas para el Secretario del Almirantazgo. Las naves pasaron el 30, y recogieron mis cartas.

Este último mes (junio) llegó con nieve o lluvia, lo cual continuó hasta el 11, cuando el tiempo asumió un aspecto muy amenazador. El día 14 el barómetros cayó a 29,27, y el viento sopló con un fuerte vendaval del NE ; pero en la tarde rondó al SO, y el mercurio subió rápidamente. Siguió un vendaval del SO, y entonces hacia el fin del mes tuvimos una serie de tiempo moderado, pero con mucha nieve. La temperatura media de junio fue 32°,97 siendo un rango entre 19°,2 y 48°,7

Julio comenzó con una temperatura inusualmente baja y alto barómetro; la primera, el 4 fue 12°,2 y el último, el mismo día, de 30,5 pulgadas, habiendo subido desde el 14 de junio 1,82 de pulgada. Después de esto, tuvimos unos pocos días templados y buenos, pero pagamos caro por ellos; llegó un vendaval del norte, trayendo un clima poco saludable y húmedo, en el que la temperatura se elevó entre los 35° y 42°, derritiendo la mayor parte de la nieve que había cubierto la tierra, casi hasta el borde del agua, durante los últimos dos meses. Nuestra lista de enfermos, especialmente los casos de escorbuto, aumentó mucho durante este húmedo, difícil tiempo, que decidí enviar al Adelaide hacia el norte, para conseguir un suministro de carne fresca de los patagones; y, al mismo tiempo, para que levantara la parte del Estrecho que se extiende entre cabo Negro y la Segunda Angostura.

Los tenientes Graves y Wickman, y el Sr. Tarn, fueron asignados para esta comisión, siendo este último el más ansioso en producir algún cambio en la dieta de los enfermos a su cuidado, por algunos de los cuales estaba muy alarmado. El aspecto y gravedad de esta enfermedad, aunque se habían tomado todas las precauciones, y la atención posterior prestada a su dieta, no son fáciles de explicar: provisiones frescas, pan horneado a bordo, encurtidos, arándanos, gran cantidad de apio silvestre, conservas de carne y sopas, habían sido abundantemente suministradas; las cubiertas fueron mantenidas bien ventiladas, secas, y cálidas, pero todo fue inútil; estas precauciones, quizás, detuvieron la enfermedad por un tiempo, pero no la impidieron, como se esperaba.

El Adelaide zarpó el 16 de julio, con todas las perspectivas de buen tiempo. Esa misma tarde, una goleta lobera americana fondeó cerca nuestro, en su navegación hacia Staten Land. Había entrado al Estrecho por los canales Cutler y Smyth, y en cuarenta y ocho horas llegado a puerto del Hambre. Después de obtener una ayuda insignificante de nuestra fragua, zarpó.

El día 25, tres nuevos casos de escorbuto aparecieron, uno fue el ayudante de cirujano, lo que aumentó la lista de enfermos a catorce. Sintiendo la necesidad de hacer algo, ordené que la tripulación fuese activada, y “¡preparar el buque para la mar!” Tan pronto como las palabras salieron de los labios del contramaestre, todo fue vida, energía y alegría. Los preparativos preliminares fueron hechos, y cada uno esperaba con placer el cambio, excepto yo. Yo había esperado pasar los doce meses en puerto del Hambre, con la intención de completar un diario meteorológico, para lo cual este lugar ofrecía ventajas propias. Mi plan era, al regreso del Beagle, despacharlo a él y la goleta a lo largo de las costa oeste, y unirme a ellos con el Adventure en Chiloé.

Como nuestra partida ahora estaba supeditada al arribo del Beagle, todos los ojos estaban puestos en el Estrecho mirando por él, y todas las mañanas uno de nuestro equipo subía a las alturas, para mirar. El 27 fue visto, haciendo bordadas desde el sur, pero como tenía el viento en contra, no fondeó en la bahía hasta la tarde. Su regreso fue recibido con tres calurosos vítores, pero cuando pasó por mi popa, el teniente Skyring me informó que el comandante Stokes estaba confinado en su camarote por enfermedad, y no podría presentarse ante mí. Por lo tanto fui al Beagle, y encontré que el comandante Stokes se veía muy enfermo, y con la moral baja. Me manifestó que estaba muy angustiado por las privaciones que los oficiales y tripulación bajo su mando habían sufrido; quedé alarmado por el tono de desaliento de su conversación. Me dijo que el Beagle había subido la costa oeste tan arriba como hasta el cabo Tres Montes, en latitud 47°, había levantado el golfo de Penas y otras partes de la costa, particularmente puerto Henry, en el cabo Tres Puntas, la entrada del golfo Trinidad, puerto Santa Bárbara, en el extremo norte de la isla Campana.

Durante el levantamiento del golfo de Penas habían experimentado un clima muy severo, tanto tormentoso como húmedo, durante el cual la dotación del Beagle fue empleada sin cesar, y había consecuentemente sufrido mucho. El comandante Stokes parecía no haber descansado el mismo. Parecía muy contento por mi visita, y antes de que nos separáramos recuperó por un tiempo su energía habitual, detallando las circunstancias del viaje, y charlando sobre el plan de nuestras operaciones futuras con bastante animación.

El regreso del Beagle alegró a nuestra tripulación, y el 30 el Adelaide regresó, con una gran cantidad de carne de guanaco, que había sido adquirida de los indios patagones en puerto Peckett.

Cuando el Adelaide fondeó allá, cerca de treinta nativos aparecieron en la orilla. El Sr. Tarn desembarcó, y les comunicó nuestras necesidades, diciéndoles que el daría tabaco y cuchillos por tanta carne de guanaco como ellos pudieran obtener; con ellos estaba el fueguino, que parecía ser el hombre destacado, y había llegado a ser uno de los más activos del grupo. Él era el vocero principal, y al comenzar la caza apuntó hacia la nieve sobre el terreno, y la llamó “bueno”, porque mostraría las huellas de los animales, y la dirección que habían tomado. El Sr. Wickham así me describió la forma en que ellos cazaban: Dos hombres subían una colina, colocándose uno en cada extremo de la cima, y se mantenían inmóviles por algún tiempo, observando. Tan pronto como un guanaco era visto, su posición y movimientos eran comunicados, mediante señas, a los hombres en el valle, los que así podían acercarse a su caza sin que se diera cuenta. Los guanacos eran cazados con las boleadoras, que se enredaban en sus piernas y los derribaban. Tan pronto como son matados, son desollados y cortados. La primera noche, trajeron setecientas libras de carne, y dos mil cuarenta y seis libras fueron obtenidas en pocos días.

Este amplio cambio de la dieta me animó con la esperanza de que nuestros enfermos, por lo menos los afectados por el escorbuto, se recuperarían, y que después de otro gran abastecimiento, ya que ahora sabíamos como obtenerlo, podríamos estar en condiciones de continuar nuestro viaje como fue la primera intención. Toda la tripulación tuvo carne fresca durante una semana, y el resto fue puesto a disposición del cirujano, para el uso de los enfermos, pero todo fue inútil; pues la lista aumentó, y el teniente Wickham, con un resfrío violento, y el Sr. Rowlett, con escorbuto, fueron añadidos a ella. El ayudante de cirujano fue el peor caso de escorbuto a bordo; y nuestra gente, al ver que los preparativos para abandonar el lugar no estaban progresando, comenzaron a desanimarse de nuevo. El comandante Stokes estaba ansioso por alistar su buque para otro crucero, siendo muy reacio en renunciar a nuestros planes y regresar a Montevideo, ya que pensaba que las tripulaciones, por las grandes privaciones y penurias que habían sufrido, no serían convencidas de ir en otro viaje; pero si tuvieran que ir a Chiloé o Valparaíso, para refrescarse, podrían recuperar sus fuerzas y moral, y estar dispuestos a reanudar el levantamiento; que, sin embargo, él mismo parecía temer, porque nunca se refería al tema sin estremecerse. Evidentemente estaba muy excitado, y las sospechas surgieron en mi mente que no todo estaba bien en él. Intenté convencerlo en dar a su gente un descanso más largo, pero él era el más ansioso en hacer los preparativos. El 31 de julio me envió una solicitud por provisiones, y en la tarde recibí una nota de él, que fue escrita en su antiguo y habitual estado de ánimo. Los oficiales, sin embargo, sabían más que yo de la condición enferma de su mente; y fue debido a una insinuación que me dieron, que deseé que el Sr. Tarn se comunicara con el Sr. Bynoe, y me informaran si la salud del comandante Stokes estaba suficientemente restablecida como para permitirle comenzar otro crucero. Esto fue el 1 de agosto. Las provisiones habían sido enviadas, conforme a su solicitud, y los cirujanos estaban a bordo del Adventure, trabajando en su informe, que era, como supe después, muy desfavorable, cuando una embarcación llegó desde el Beagle, con la terrible información que el comandante Stokes, en momentáneo arranque de abatimiento, se había disparado un tiro.

Los cirujanos se dirigieron inmediatamente a bordo, y encontrándolo con vida, habían recurrido a todos los medios a su alcance, pero sin esperanzas de salvarle la vida. Durante el delirio que siguió, que duró cuatro días, su mente vagaba por muchas circunstancias, y se escapaba por pequeñas fracciones, sobre el crucero del Beagle. Los siguientes tres días se recuperó tanto como que fue capaz de verme frecuentemente; y las esperanzas eran abrigadas por él mismo, pero por nadie más, de que se recuperaría. Luego gradualmente fue empeorando, y después de un lento e intenso dolor, expiró en la mañana del 12.

Así, terriblemente y prematuramente falleció un oficial activo, inteligente y lleno de energía, en la flor de la vida. Las dificultades severas del crucero, el tiempo terrible experimentado, y las peligrosas situaciones a las cuales estuvieron constantemente expuestos, causaron, como después fui informado, una ansiedad tan intensa en su mente excitable, que a veces llegó a estar tan trastornada, como para ser causa del mayor temor por las consecuencias. Durante el regreso del Beagle estuvo mejor que nunca, y los oficiales estaban tan optimistas esperando la completa restauración de su salud, a causa de su progresiva recuperación, nada de lo que había ocurrido me fue comunicado hasta después de su muerte.

Sus restos fueron sepultados en nuestro cementerio, con los honores debidos a su rango, y una lápida fue posteriormente erigida en su memoria.

  1. * Aquí obtuvimos una segunda especie de pato a vapor, que está descrito en los Informes de la Sociedad Zoológica de Londres, como “Micropterus Patachonicus, Nob.”. Se diferencia del M. Brachypterus no solo por el color sino por el tamaño, siendo un ave más pequeña, y tiene el poder de levantar su cuerpo, volando, sobre el agua. Lo llamábamos “Pato vapor volador.”
  2. * O el animal llamado por Molina “Huemul” - R.F.