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La Cenicienta (Trad. J. Coll y Vehí)

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Cenicienta.
encabezado
LA CENICIENTA

ó

LA CHINELITA DE CRISTAL.

U

n gentil hombre viudo casó con una vinda, la mnjer más orgullosa y encopetada que jamás se haya visto. La viuda tenia dos hijas, de las cuales podia decirse «de tal palo tal astilla.» El viudo tenia por su parte una niña dulce y bondadosa, vivo retrato de su madre, que habia sido nn ángel.

A los pocos dias de celebrado el matrimonio empezó la madrastra á sacar las uñas. Dábanle grima las excelentes prendas de la hijastra, pnestas más de relieve por los repugnantes defectos de las dos hijas.

La pobre niña tuvo que cargar con los más penosos y viles quehaceres de la casa: ella era quien fregaba los platos y las escaleras, quien barria y limpiaba las habitaciones de la señora, y de las señoras hijas. Tenia que dormir en la guardilla en un jergon de paja, al paso que las habitaciones de las hermanas estaban muy bien alfombradas, con sus camas de última moda y con sus magníficos espejos de cuerpo entero.

Todo lo soportaba con paciencia la infeliz criatura sin atreverse á decir una palabra su padre, que la habria regañado, porque era un pobre calzonazos. Luego de concluida su tarea, metíase en un rincon del hogar, sentándose encima la ceniza, y por esto la llamaban Culo de ceniza. Pero la hermana menor, que no era tan desbocada como la otra, la llamaba Cenicienta. Sin embargo, la Cenicienta, con sus pobres vestidos y todo, era mil veces más hermosa que sus hermanas, tan compuestas y emperejiladas.

Cierto dia el hijo del rey dió un baile, convidó á toda la gente de pelusa. Nuestras dos señoritas recibieron su esquela de convite, pues eran de las que más papeleaban en aquel país. Cátelas V. muy contentas muy atareadas en escoger los trajes y prendidos que mejor pudieran adornarlas. Nuevos apuros para la Cenicienta; porque ella era la que tenia que planchar la ropa de sus hermanas, la que tenia que alechugar sus mangas. Dia y noche no sabian hablar de otra cosa mas que de sus trajes de baile.—«Yo, decia la hermana mayor, me pondré mi vestido de terciopelo encarnado, y mi aderezo de Inglaterra.»—«Yo, contestaba la menor, no tengo mas que las sayas de siempre, pero en cambio me pondré mi manto de flores de oro, y mi diadema de brillantes. ¿Es moco de pavo?

Pidiéronse á la peinadora de más fama dos tocados de moda, y se compraron tambien dos lindísimos lunares á la maestra más entendida en el ramo. No dejaron las hermanas de consultar á la Cenicienta, cuyo buen gusto nadie podia negarle. La Cenicienta les dijo su parecer, y se ofreció á peinarlas. No se hicieron de rogar. Miéntras las estaba peinando, le decian:

—Cenicienta, ¿te gustaria ir al baile?

—¡Se burlan Vds., señoritas! No se hizo la miel para la boca del asno.

—No te falta razon: figúrate lo que se reiria todo el mundo al ver en el baile á nna Culicenicienta.

A ser otra la Cenicienta, las habria dejado pnestas unas fachas; mas era tan bondadosa, que las peinó á las mil maravillas.

Casi dos dias estuvieron sin catar un bocado; ¡tan locas estaban de alegría! Más de doce cordones con herretes hicieron pedazos á fuerza de atacar la cotilla, para adelgazar la cintura; y no se quitaban un instante del espejo.

Llegó por último el venturoso dia: fuéron al halle, y á la Cenicieta se le iban los ojos tras ellas.

Cuando ya las perdió de vista se echó a llorar. Su madrina, viendo que lloraba á lagrima viva, le preguntó qué tenia.

—Yo quiero..... yo quiero..... Tan de véras lloraba, que no pudo acabar la frase.

Su madrina, que era hada, le dijo:

—¿Quisieras ir al baile, no es verdad?

—Sí, por cierto; contestó la Cenicienta suspirando.

—Corriente; replicó la madrina. ¿Serás buena? Yo haré que vayas al baile.

En segnida se la llevó á su aposento, y le dijo:

—Vete al jardin y tráeme una calabaza.

La Cenicienta fué corriendo á coger la más hermosa que pudo encontrar y la llevó á su madrina, sin que acertase á explicarse qué tenia que ver aquella calabaza con lo de ir al baile. Su madrina vació la calabaza sin dejar mas que la corteza, y al tocarla con su varilla, quedó convertida en una magnífica carroza dorada. Fuése en seguida á ver la ratonera, y encontró dentro seis ratoncillos vivos. Dijo entónces á la Cenicienta que levantase un poco la trampa, y á medida que los ratoncillos querian escaparse los tocaba con la varilla, y quedaban trasformados en briosos caballos. Y como quien no dice nada, héte aquí ya un magnífico tiro entero de tordillos rucios de color de ratoncillo.

Pensando de qué podria hacerse un cochero, dijo la Cenicienta:

—Voy á ver si en la ratonera hay algnn raton, y harémos de él un cochero.

—Tienes razon, dijo la madrina: anda corriendo.

La Cenicienta volvió con la ratonera, dentro la cual habia tres grandes ratones. El hada eligió uno de los tres por razon de su respetable barba, tocándolo con la varilla, le trasformó en un cochero mofletndo con unos bigotes de marca mayor. Luego dijo á la Cenicienta:

—Vete al jardin y detrás de la regadera encontrarás seis lagartos: tráelos.

No bien los hubo traido, los trasformó la madrina en seis lacayos, que con sus galoneadas libreas se encaramaron á la trasera del coche, é iban tan seguros y reverendos como si en su vida no hubiesen hecho otra cosa.

El hada dijo entónces á la Cenicienta:

—¡Vaya! ya tienes con qué irte al baile. ¿Estás contenta?

—Sí; pero ¿cómo he de ir al baile con estos asquerosos vestidos?

Su madrina la tocó con la varilla, y de súbito quedó convertido su vestido en un traje de oro y plata todo cuajado de pedrería; y luego le dió un par de chinelas de cristal, la cosa más linda que jamás se haya visto.

De tal suerte engalanada, subió á la carroza; pero su madrina le encargó muchísimo que por ningun estilo permaneciese en el baile más allá de la media noche, pues de lo contrario su carroza volveria á ser calabaza, los caballos ratones, los lacayos lagartos, y sus viejos vestidos recobrarian su primitiva forma. Prometió que sin falla saldria del baile ántes de media noche, y se fué tan contenta que no sabía lo que le pasaba.

El hijo del rey, como le anunciasen que acababa de llegar una gran princesa á quien nadie conocia, salió á recibirla, dióle la mano para bajar del carruaje, y la acompañó al salon, donde estaban los convidados.

Reinó al momento un silencio profundo; paróse la danza, y callaron los violines. ¡Tan grande era la atencion con que todo el mundo contemplaba la sin par belleza de la hermosa desconocida. No se oia mas que un sordo murmullo de admiracion: «¡Es encantadora! ¡es hechicera! ¡es lindísima»

El rey mismo, á pesar de su edad provecta, no cesaba de mirarla, y decia por lo bajo á la reina que no se acordaba de haber visto en mucho tiempo una jóven tan amable y tan preciosa.

Todas las damas estaban examinando atentamente su tocado y su traje, para ponerse al dia siguiente otro parecido, dado que tuviesen la suerte de encontrar telas tan ricas y manos tan hábiles como se requerian. El hijo del rey la colocó en el lugar preferente, y en seguida la sacó á bailar. Bailó con nna gracia tan extremada, que fué creciendo de punto la general admiracion. Sirvióse luego una cena magnífica, pero el jóven príncipe no cató un bocado. ¡Tan embebido estaba contemplando á la hermosa desconocida! Ella fué á sentarse al lado de sus hermanas y les hizo mil cumplimientos: ofrecióles parte de las naranjas y limones que el hijo del rey le habia dado: lo cual no dejó de causarles sorpresa, porque no la conocian. En aquella sazon dieron las doce ménos cuarto, y la Cenicienta al momento saludó á todos y desapareció. No bien llegó á casa, sin perder tiempo fué á ver á su madrina, y despues de darle las gracias manifestóle vivísimos deseos de volver al baile al dia siguiente, porque el hijo del rey se lo habia encarecidamente suplicado. En el entretanto que á su madrina estaba contando todo lo ocurrido en el baile, llamaron á la puerta las dos hermanas, y la Cenicienta fué á abrir.

—¡Cuánto habeis tardado! les dijo bostezando, restregándose los ojos y desperezándose como si acabara de despertarse. No obstante, desde que no se habian visto, malditas las ganas de dormir que habia tenido.

—Si hubieses venido al baile, le dijo una de la hermanas, yo te aseguro que no te habrias fastidiado: ha estado en él la más hermosa princesa que vió nacer el sol; nos ha hecho muchísimos cumplimientos, y nos ha dado naranjas y limones.

La Cenicienta no cabia de gozo: preguntóles cómo se llamaba la princesa; á lo que contestaron que nadie la conocia, que el hijo del rey lo sentia en el alma, y que daria la vida por saber su nombre. Sonrióse la Cenicienta, y les dijo:

—¡Tan hermosa es! ¡Ay Dios! ¡qué dichosas son ustedes! ¿Cómo haria yo para verla? Señorita, présteme V. el vestido amarillo que lleva V. todos los dias.

—Por supuesto, dijo la señorita. ¡Vaya! ¡Bueno fuera que yo prestase ahora mi vestido á una ruin Culicenicienta como esa! ¡Tendria que ver! Sería preciso haber perdido la chaveta.

Bien sabida se tenia la Cenicienta semejante contestacion, y no le pesó por cierto, porque muy apurada se habria visto, si á su hermana se le hubiese antojado prestarle el vestido.

Al dia siguiente las dos hermanas fuéron al baile, y la Cenicienta tambien, pero mucho más elegante y ricamente ataviada que la vez primera. El hijo del rey no se apartó un solo instante de su lado, ni se cansaba de echarle piropos. No debia de tomarlo tan á mal la señorita, cuando se le pasó por alto lo que tanto le habia encargado la señora madrina. Oyó tocar la primera campanada de las doce, cuando se figuraba que no eran siquiera las once. Levantóse de pronto se escapó más ligera que una corza. Fuése tras ella el príncipe, mas no pudo alcanzarla. Pero se le habia caido á la fugitiva una de las chinelas de cristal, que el príncipe tuvo buen cuidado de recoger.

La Cenicienta llegó á su casa echando los bofes, sin carroza, sin lacayos, y con sus astrosos vestidos: de toda su magnificencia no le quedó nada, mas que nna de sus chinelas de cristal, hermana de la que se le habia caido. Preguntóse á los centinelas de la puerta del palacio si acaso habian visto salir á una princesa, contestaton que no habian visto salir á nadie, sino á una jóven muy mal vestida, y que más trazas tenia de palnrda que de señora.

Cuando las dos hermanas volvieron del baile, preguntóles la Cenicienta si se habian divertido mucho, y si tambien habia estado la hermosa princesa. Contestáronle que sí; pero que á las doce se habia escapado, y que al huir se le cayó una de sus pequeñas chinelas, lo más lindo del mundo; que el hijo del rey habia recogido la chinela, no haciendo otra cosa que mirarla durante el resto del baile, y que sin duda estaba muy enamorado de la dama á quien tan estimada prenda pertenecia.

Verdad debió ser lo que dijeron; porque á los pocos dias el hijo del rey mandó pregonar á són de clarines que daria la mano de esposo á la dama á cuyo pié se ajustase perfectamente la chinela. Probáronsela las princesas, luego las duquesas, y todas las damas de la córte; pero en vano. Lleváronla á las dos hermanas que hicieron todo lo posible para meter el pié; pero por más que sudaron no pudieron salir con la suya. La Cenicienta que las estaba mirando y habia reconocido la chinela, dijo riendo:

—Vamos á ver si me viene bien.

Sus hermanas soltaron la carcajada é hicieron mofa de ella; pero el gentil hombre encargado de la prueba de la chinela, mirando muy atentamente á la Cenicienta y no pareciéndole costal de paja la niña, dijo que lo que pedia era justo, y que el rey habia dado órden de probar la chinela á todas las muchachas.

Hizo sentar á la Cenicienta, y poniendo la chinela en su lindo piececito, vió que le estaba pintada. Grande fué la sorpresa de las dos hermanas; mas creció de punto cuando notaron que la Cenicienta sacaba del bolsillo la otra chinela, y que bonitamente se la calzaba.

En esto que llega la madrina, y dando un golpe de varilla en los vestidos de la Cenicienta, los trasforma en un traje que por lo rico y magnífico á todos los anteriores hacia ventaja.

Entónces las dos hermanas reconocieron en la Cenicienta á la hermosa dama que habian visto en el baile, y se echaron á sus plantas, pidiéndole mil perdones por el mal trato de que la habian hecho víctima. La Cenicienta levantólas del suelo, y echándoles los brazos al cnello, les dijo que de todo corazon las perdonaba y les suplicaba que siempre la amasen.

Engalanada como estaba, fué conducida al palacio del jóven príncipe, que la encontró más hermosa que nunca, y que dentro muy pocos dias se casó con ella. La Cenicienta, que todo lo que tenia de hermosa tenia de buena, se llevó á sus hermanas al palacio y las casó el mismo dia con dos elevados personajes de la córte.


MORALEJA.

De la belleza el singular tesoro
Si en las mujeres con razon se admira,
Más dulce afecto al corazon inspira
De gentil gracia el celestial decoro.
Este fué el talisman, el raro encanto
Que á Cenicienta su madrina diera,
Para que un trono merecer pudiera
(Siempre anda el cuento, la moral al canto).
La gracia es la diadema más preciada
Que las hadas ¡oh hermosas! daros pueden,
Con que las almas más rendidas queden:
Mucho con ella sois; sin ella, nada.

otra.

¡Cuánto pueden el talento,
La discrecion, la cordura,
Virtud, valor, hermosura,
Alto y claro nacimiento!
Mas estas, y aun otras ciento,
Virtudes del cielo dinas,
No le valen ni dos chinas
Al que tiene acá en el suelo
Que andar siempre al redopelo,
Sin padrinos ni madrinas.