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El cardenal Cisneros/LXVIII

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXVIII.

Tócanos ahora decir algo respecto á las providencias tomadas por Cisneros para mejorar la condición de los Indios del Nuevo Mundo.

Mientras vivió la Reina Católica, un ángel tutelar velaba por la suerte de estos desdichados. La magnánima Isabel dispuso desde un principio «que los Indios fuesen bien tratados, y con dádivas y buenas obras atraidos á la Religión, castigándose severamente á los Castellanos que los tratasen mal.» Cuando el Gobernador Ovando pasó á la Isla Española para remediar los males que se advertían en la colonia, mandó expresamente «que todos los Indios de los Españoles fuesen libres de servidumbre, y que no fuesen molestados de alguno, sino que viviesen como vasallos libres, gobernados y conservados en justicia, como lo eran los vasallos de los reinos de Castilla.» Por último, cuando murió, como si quisiera ser la Providencia de aquellos infelices más allá de la tumba, en cargó en su testamento al Rey, su marido, y á los Príncipes, sus hijos, «que no consintieran que los Indios de las tierras ganadas y por ganar reciban en sus personas y bienes agravio, sino que sean bien tratados, y que si alguno hubiesen recibido lo remedien.»

Pero muerta aquella gran Reina, que más que los Castellanos, que tanto la lloraron, debieron llorar los Indios; y habiendo quedado D. Fernando como usufructuario vitalicio de la mitad de los aprovechamientos de las colonias, los Ministros del Rey Católico no pensaron más que en acrecentar las rentas, aun á costa de su ruina y pérdida total. Lope de Conchillos, el Secretario de Don Fernando y el Obispo Juan Rodríguez de Fonseca, entendían desde la Península en las cosas de América, y allá tenían á Miguelillo de Pasamonte, también aragones, y criado del Rey Católico, que, con industria infame y pérfida codícia, convertia toda la vida de los naturales y toda la sustancia de la colonia en oro para sí y para su amo y demás favorecedores. En seis años perdiéronse cuarenta y seis mil de los sesenta mil hombres que componian la población indígena de la Española, y diéronse entónces los codiciosos explotadores del Nuevo Mundo á hacer el comercio de esclavos por las islas inmediatas con actos de piratería, asi como á disputas encarnizadísimas entre sí para alcanzar el mayor número de Indios del ya corto que quedaba en la isla.

En vano los padres Dominicos, que si en Europa entónces tenían sobre sí la responsabilidad del establecimiento y horrores de la Inquisición, abogaban nobilísimamente en América en favor de los Indios, tronaban desde el pulpito contra tales escándalos con la indignación de los antiguos Apóstoles, porque Pasamonte avisaba á los cortesanos del Rey Católico para que pusieran término á sus predicaciones, y cuan lo el más elocuente y el más varonil de aquellos padres Dominicos, Fray Antonio Montesino, pasaba á España, en nombre de todos, para representar al Rey, se encontró con que éste declaraba, después de oír á su Consejo y á muchos sabios teólogos y juristas, que los repartimientos de Indios eran legítimos y estaban autorizados además por la Santa Sede. ¿Qué habia de ocurrir al fin y al cabo sino esto, cuando los empleados de Indias tenían asignados más ó ménos naturales, según la calidad de sus empleos, y cuando los repartimientos favorecían también á los cortesanos del Rey, que no se movían de la Península, teniendo Conchillos mil y cien Indios, ochocientos el Obispo Fonseca, doscientos Hernando de la Vega, y así los demás? De esta manera, aunque por aquel mismo tiempo se expidieron ordenanzas favorables á los pobres Indios, no pasaron del papel en que se escribían, á convertirse en hechos, y en 1514 Rodrigo de Alburquerque, pariente del licenciado Zapata, que era del Consejo del Rey Católico, y estaba en Santo Domingo con un empleo, consiguió, á fuerza de dinero, autorización de la Corte de Castilla para proceder á un nuevo repartimiento. Hízolo el cínico Alburquerque de modo que se indemnizara con creces del desembolso que había hecho, porque es seguro que empleo que se alcanza con dádivas no más que á servicio de las dádivas se pone, y desde entónces los dos bandos que dividieron la Isla Española, el del hijo de Colon con los antiguos pobladores, y el de Pasamonte con los oficiales del Rey, no disputaban por favorecer á los Indios el uno más que el otro, sino por llevar consigo mayor número de ellos.

Entónces fué cuando se presentó en Santo Domingo el célebre Casas, que clamó en público, en privado, ya con el consejo, ya con la predicacion, ya con el ejemplo, en favor de los Indios; pero su voz de todas maneras era vox clamantis in deserto. Vino á España, y poco habria conseguido del Rey Católico, rodeado como estaba de Conchillos y del Obispo Fonseca, si no hubiera ocurrido su muerte y pasado el gobierno á manos de Cisneros. Casas no necesitó pasar á Flándes para buscar protección y ayuda en favor de los Indios. El Cardenal de España le oyó con benevolencia y le ofreció cumplida justicia. El alma generosa de Cisneros, representante de la tradicion magnánima de la Reina Isabel, se indignó de las iniquidades que pasaban en el Nuevo Mundo, y era muy propio del temple de su carácter cortar aquellos envejecidos abusos y preparar á los Indios para la fe por medios más eficaces y humanos.

Pensar y obrar eran operaciones casi simultáneas en Cisneros: convencido de la bondad de una medida, no era amigo de lentitudes y timideces, obraba desde luego.

El Cardenal de España queria que una comisión de religiosos pasara á la Española con plenos poderes para todo. Debíase empezar por declarar libres á todos los Indios cuyos amos no residiesen en el Nuevo Mundo, lo cual significaba dar un golpe terrible á los cortesanos del Rey difunto. Debian de averiguar la verdad sobre todos los abusos que se denunciaban, y procurar instantáneamente su remedio. Debian de reunir á los caciques principales de la Isla, y declararlos subditos libres de los reyes españoles, ofreciéndoles una pronta reparación por todos los perjuicios sufridos. Debian de extender estas seguridades á todos los Caciques é Indios del Nuevo Mundo, valiéndose de misioneros que ya tenían su confianza y hablaban su idioma, quienes hablan de hacerles comprender que sólo se trataba de mejorar su condicion y endulzar sus penalidades. Los Castellanos debian respetar la libertad de los Indios: sólo podian reducir á esclavitud á los caribes antropófagos; pero seria castigado con la pena de muerte todo el que, con este pretexto, oprimiera á los Indios pacíficos, y juzgado por los tribunales el Español que pasara á vias de hecho contra los indígenas, cuyas declaraciones serian admitidas como válidas.

Faltaba por decidir los religiosos á quienes se encargaría de esta misión importante y delicadísima. Los Franciscanos, enemigos sistemáticos de Casas, y los Dominicanos, comprometidos abiertamente en su favor, no podían ser. Cisneros se fijó en los monges Jerónimos, completamente extraños á los hechos de los Españoles en el Nuevo Mundo y á los intereses que alli se disputaban, justificados, imparciales, sólo deseosos de convertir los Indios á la religión cristiana, pero sin mezclar la cuestión de abolicion ó reparticion de los repartimientos, que era en realidad la verdadera manzana de la discordia entre unos y otros. Los monges Jerónimos resistieron el nombramiento, hablando de su incompetencia y de otras razones derivadas principalmente de su humildad; pero Cisneros no admitió éstas, que llamó discretas excusas, quedando al fin nombrados, para gobernar las Indias, Fray Luis de Figueroa, Fray Bernardino Manzanedo y Fray Alonso de Santo Domingo.

El Cardenal de España, que tanto queria favorecer á los Indios y cortar los males de que eran víctimas, no pecó de imprevisor como hombre de Estado en esta ocasion por si las circunstancias hacian imposible la abolicion absoluta de los repartimientos. Para este caso dio órdenes particulares á los padres Jerónimos, pues les previno que hicieran uso de las instrucciones más benévolas que se dieron en los dias de D. Fernando y todavía las dulcificó más, ya prohibiendo que se obligara á trabajar á las mujeres y niños, los trabajos excesivos y el cambio de Indios entre los colonos, ya disminuyendo las horas de trabajo, ya asegurándoles buen alimento, horas de reposo y aumento de jornal, ya procurando la emancipación de todos los naturales que tuvieran alguna capacidad para salir de tutela, objeto principal que debían proponerse siempre los comisionados en todas sus medidas.

La elección de los monges Jerónimos hecha por Cisneros fué acertadísima: ella ha merecido los elogios de la historia, y los resultados que obtuvieron de su misión la justifican. Y aun hizo más Cisneros en este caso en favor de los naturales de los nuevos paises, pues nombró á Casas Protector de todos los Indios y y en tal concepto debía acompañar á los comisionados elegidos para auxiliarlos con su experiencia y conocimientos, completando su obra con el nombramiento que hizo en favor de D. Alonso Zuazo, hábil y justificado jurisconsulto, para que pasara á la Isla Española en calidad de magistrado, y no sólo juzgara las causas criminales ordinarias, sino que examinase también la administración practicada en el país hasta entónces.

Todas estas reformas en la administración de nuestras Colonias, alarmaron y pusieron en guardia á los amigos de D. Fernando que habian quedado en el Consejo. Zapata y Carvajal no quisieron firmar los poderes extraordinarios dados á Zuazo, que por cierto fué uno de los magistrados más puros que han visto las Américas en todos tiempos; pero Cisneros, como Regente, les obligó, y si obedecieron, por fin, fué reservándose el derecho de protestar ante el Rey D. Cárlos cuando viniese á España.

Los padres Jerónimos abandonaron las costas de España en 13 de Noviembre de 1516, no pudiéndose llevar consigo á Zuazo, porque no estaba aún dispuesto, ni queriéndose llevar á Casas, para no aparecer desde el primer momento á los Españoles de Santo Domingo, como identificados con aquel que tan odioso les era. Cuando llegaron á la Isla Española, procedieron desde luego con tanta inteligencia como circunspeccion á informarse de naturales, peninsulares y eclesiásticos, respecto al estado de la Isla, situación de los Indios y demás puntos señalados por Casas. Suprimieron, los repartimientos que pertenecían á Españoles no residentes en América, y si dejaron á los colonos, que estaban al frente de sus fincas, la facultad de continuar sirviéndose de los Indios, fué á condicion de que los tratasen con dulzura y para tranquilizar á los Españoles á quienes Casas con sus imprudencias tenía profundamente irritados. Aquellos cenobitas, que apénas habian oido hablar del Nuevo Mundo en sus celdas, demostraron en el desempeño de su difícil cargo grandes cualidades de inteligencia, de madurez, de energía, ya enfrente de las exageraciones del mismo las Casas, ya enfrente de los egoísmos de los peninsulares que allí querían prevalecer; de modo que si se opusieron á la emancipación completa é instantánea de los esclavos, ni fué por favorecer á los últimos ni por oponerse al primero, sino porque creían que aquella medida hería los intereses de los colonos, retardaba la civilizacion de los indígenas y contenía los progresos del Evangelio entre ellos. El Nuevo Mundo no se vio nunca entregado á manos más puras, ni tratado con mayor equidad ni gobernado con más interes y sabiduría, como dice con razón Quintana hablando de estos padres Jerónimos, y por cierto que es admirable el criterio con que señalaban al Gobierno las medidas que debia de adoptar para sacar partido de aquellos descubrimientos [1].

La buena armonía entre los padres Jerónimos y Casas duró muy poco tiempo. El último quería que las reformas se realizasen tan rápidamente como lo demandaba la fiebre que le consumia, y la sabia lentitud con que los otros procedian, para obviar dificultades y armonizar intereses, tomábala poco ménos que como complicidad en favor de los parientes que tenían en Santo Domingo y Cuba. Los padres Jerónimos excusaron las imprudencias de Casas hasta donde pudieron; pero la situación, tirante de suyo, se hizo insostenible cuando Casas denunció ante el juez Zuazo á los empleados españoles como autores ó cómplices de las matanzas, crueldades y excesos cometidos con los Indios. Querían los padres Jerónimos que causa tan grave no se fallase sino por el Rey con sus Ministros, para evitar un escándalo que hubiera hecho completamente odiosa, si no imposible, la dominación de España en la Isla; pero insistía Casas en su demanda y aun la admitió Zuazo, sustanciando la causa correspondiente. Las quejas de unos y de otros vinieron á España; Cisneros fué de la opinión de los padres Jerónimos, y Casas regresó de nuevo á la Metrópoli para insistir en sus propósitos con más tenacidad que nunca, al paso que los padres Jerónimos enviaron á Fray Bernardino de Mazanedo para dar cuenta de su conducta.

Desgracia fué para España, aunque gran fortuna para el protector de los Indios, que Cisneros se hallase en aquellos instántes en su lecho de agonía. Casas se fué á buscar al Rey, que acababa de llegar á España; y sus Ministros, que como extranjeros estaban dispuestos á considerar mal todo lo que había hecho Cisneros, anularon la comisión de los padres Jerónimos y se mostraron muy complacientes con Casas, que supo explotar la envidia de los Flamencos hácia la memoria del Cardenal, su antiguo patrono. La dominacion flamenca en España tiene la gloria, es verdad, de haber decretado la emancipación completa de los Indios en América; pero, aparte de las iniquidades quenom nuestro pais, tiene tió cee sobre si una mancha de que no le absolverá ninguna generación la de haber permitido el tráfico de negros, al cual se opuso constantemente Cisneros por previsión de hombre de Estado y por sentimiento de humanidad; tráfico que fué el remedio heroico á que apeló el filántropo las Casas para salvar á los Indios, sustituyendo un mal, que iba suavizando y haciendo desaparecer Cisneros, con una gran iniquidad que todavía es la afrenta de nuestro siglo.


  1. El fundamento para poblar es que vayan muchos labradores y trabajadores: trigo, viñas, algodones, etc., darán con el tiempo más provecho que el oro. Convendrá pregonar libertad para ir á aposentar allá á todos los de España, Portugal y Canarias. Que de todos los puertos de Castilla puedan llevar mercaderías y mantenimientos sin ir á Sevilla. Mande su Alteza que vayan á poblar las gentes demasiadas que hay en estos reinos, etc. (Memorial manuscrito de fray Bernardino de Manzanedo, entregado en Febrero de 1518.)