Ir al contenido

El Príncipe Sainete

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Príncipe Sainete
de Mauricio Bacarisse

  Es soberano de la alegría,
 de amores viejos, de galanía;
 tiene de diablos un zaguanete
 y cuando pasa cual leve brisa
 todos le obsequian con franca risa
 porque es el Príncipe Don Sainete.

  Es una sombra que nos recuerda
 galante vida que no fue cuerda
 y que evocamos las almas solas
 en abanicos de pastorelas,
 en los retratos de las abuelas
 y en las figuras de las consolas.

  En borbotones de risa fresca
 viste su grácil Musa diablesca
 con la mantilla, con los caireles
 y con la falda de medio paso,
 y ambos le ponen a su Pegaso
 una collera de cascabeles.

  Es el que rinde marquesas locas;
 muerde las fresas de bellas bocas
 de las devotas de las Salesas;
 todas le quieren, todas le admiran
 y sonrientes todas le miran
 desde los tronos de sus calesas.

  Es Don Sainete prócer burlesco
 y aunque muy noble, muy picaresco.
 Desprecia el tedio, reta a la Muerte;
 en su manteo siempre embozado,
 Goya sublime le ha retratado
 entre las sombras de un aguafuerte.

  Cosas vulgares, cosas grotescas,
 muecas estultas y pierrotescas,
 que son las flores de tu tablado...
 Con tus escenas hemos reído;
 lo que tú dices lo hemos vivido;
 lo que tú lloras lo hemos llorado.

  Tu egregio padre fue Don Ramón
 de la Cruz, genio que en su canción
 puso desgaires y desparpajos,
 y en sus escenas, sin par galanas,
 cantó los ojos de las villanas
 y las hazañas de nuestros majos.

  Tu carcajada bella y jocunda
 todo lo invade, todo lo inunda;
 la vida seria te importa un bledo.
 Tú siempre hieres, siempre desgarras;
 has heredado las antiparras
 que hace tres siglos usó Quevedo.

  Tu agudo ingenio la vida traza
 de nuestra sangre, de nuestra raza,
 de nuestra pobre gloria perdida;
 es el talento que se interesa
 en el desnudo de una duquesa
 como en los frescos de la Florida.

  Eres la España frívola y loca
 que con piropos siempre en la boca
 -pero sin ansias de Prometeo-
 iba a la zaga de las manolas
 mientras volaban las Carmañolas
 del otro lado del Pirineo.

  Y con los jácaros, con los chisperos
 tomaste todos los derroteros
 en que dejamos nuestros tesoros;
 mas conservando grata alegría,
 siempre gozaba y en Dios creía
 el feliz pueblo de pan y toros.

  Y era aquel pueblo rudo y valiente;
 eran leones de ardor latente
 aunque fingían galán desmayo;
 resucitaron glorias guerreras
 y se batieron como unas fieras
 en la jornada del Dos de Mayo...
 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 Cosas vulgares, cosas grotescas,
 muecas estultas y pierrotescas
 que son la flores de tu tablado...
 Con tus escenas hemos reído;
 lo que tú dices lo hemos vivido;
 lo que tú lloras lo hemos llorado.

  Las existencias ya desfloradas
 mueven a llanto o a risotadas;
 a nuestra pobre gloria perdida
 la mordaz burla siempre acomete.
 Más que tragedia siempre es sainete
 ese sainete de nuestra vida.


Regresar a El esfuerzo