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Don Juan Tenorio (1844)/2

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Don Juan Tenorio
de José Zorrilla
del tomo dos de las Obras completas ordenadas por Narciso Alonso Cortés.


ACTO SEGUNDO: DESTREZA

Exterior de la casa de doña Ana, vista por una esquina. Las dos paredes que forman el ángulo, se prolongan igualmente por ambos lados, dejando ver en la de la derecha una reja, y en la izquierda, una reja y una puerta.

ESCENA PRIMERA

DON LUIS MEJÍA, embozado

LUIS.

Ya estoy frente de la casa
de doña Ana, y es preciso
que esta noche tenga aviso
de lo que en Sevilla pasa.
No di con persona alguna,
por dicha mía... ¡Oh, qué afán!
Pero ahora, señor don Juan,
cada cual con su fortuna.
Si honor y vida se juega,
mi destreza y mi valor,
por mi vida y por mi honor,
jugarán...; mas alguien llega.

ESCENA II

DON LUIS, PASCUAL

PASC.

¡Quién creyera lance tal!
¡Jesús, qué escándalo!¡Presos!

LUIS.

¡Qué veo! ¿Es Pascual?

PASC.

Los sesos
me estrellaría.

LUIS.

¿Pascual?

PASC.

¿Quién me llama tan apriesa?

LUIS.

Yo. Don Luis.

PASC.

¡Válame Dios!

LUIS.

¿Qué te asombra?

PASC.

Que seáis vos.

LUIS.

Mi suerte, Pascual, es ésa.
Que a no ser yo quien me soy,
y a no dar contigo ahora,
el honor de mi señora
doña Ana moría hoy.

PASC.

¿Qué es lo que decís?

LUIS.

¿Conoces
a don Juan Tenorio?

PASC.

Sí.
¿Quién no le conoce aquí?
Mas, según públicas voces,
estabais presos los dos.
Vamos, ¡lo que el vulgo miente!

LUIS.

Ahora acertadamente
habló el vulgo: y ¡juro a Dios
que, a no ser porque mi primo,
el tesorero real,
quiso fiarme, Pascual,
pierdo cuanto más estimo!

PASC.

¿Pues cómo?

LUIS.

¿En servirme estás?

PASC.

Hasta morir.

LUIS.

Pues escucha.
Don Juan y yo en una lucha
arriesgada por demás
empeñados nos hallamos;
pero, a querer tú ayudarme,
más que la vida salvarme
puedes.

PASC.

¿Qué hay que hacer? Sepamos.

LUIS.

En una insigne locura
dimos tiempo ha: en apostar
cuál de ambos sabría obrar
peor, con mejor ventura.
Ambos nos hemos portado
bizarramente a cual más;
pero él es un Satanás,
y por fin me ha aventajado.
Púsele no sé qué pero,
dijímonos no sé qué
sobre ello, y el hecho fue
que él, mofándome altanero,
me dijo: «Y si esto no os llena,
pues que os casáis con doña Ana,
os apuesto a que mañana
os la quito yo.»

PASC.

¡Ésa es buena!
¿Tal se ha atrevido a decir?

LUIS.

No es lo malo que lo diga,
Pascual, sino que consiga
lo que intenta.

PASC.

¿Conseguir?
En tanto que yo esté aquí,
descuidad, don Luis.

LUIS.

Te juro
que si el lance no aseguro,
no sé qué va a ser de mí.

PASC.

¡Por la Virgen del Pilar!
¿Le teméis?

LUIS.

No, ¡Dios testigo!
Mas lleva ese hombre consigo
algún diablo familiar.

PASC.

Dadlo por asegurado.

LUIS.

¡Oh! Tal es el afán mío,
que ni en mí propio me fío
con un hombre tan osado.

PASC.

Yo os juro, por San Ginés,
que con toda su osadía,
le ha de hacer, por vida mía,
mal tercio un aragonés;
nos veremos.

LUIS.

¡Ay, Pascual,
que en qué te metes no sabes!

PASC.

En apreturas más graves
me he visto, y no salí mal.

LUIS.

Estriba en lo perentorio
del plazo, y en ser quién es.

PASC.

Más que un buen aragonés.
no ha de valer un Tenorio.
Todos esos lenguaraces,
espadachines de oficio,
no son más que frontispicio
y de poca alma capaces.
Para infamar a mujeres
tienen lengua, y tienen manos
para osar a los ancianos
o apalear a mercaderes.
Mas cuando una buena espada,
por un buen brazo esgrimida,
con la muerte les convida,
todo su valor es nada.
Y sus empresas y bullas
se reducen todas ellas,
a hablar mal de las doncellas
y a huir ante las patrullas.

LUIS.

¡Pascual!

PASC.

No lo hablo por vos,
que aunque sois un calavera,
tenéis la alma bien entera
y reñís bien ¡voto a bríos!

LUIS.

Pues si es en mí tan notorio
el valor, mira Pascual,
que el valor es proverbial
en la raza de Tenorio.
Y porque conozco bien
de su valor el extremo,
de sus ardides me temo
que en tierra con mi honra den.

PASC.

Pues suelto estáis ya, don Luis,
y pues que tanto os acucia
el mal de celos, su astucia
con la astucia prevenís.
¿Qué teméis de él?

LUIS.

No lo sé:
mas esta noche sospecho
que ha de procurar el hecho
consumar.

PASC.

Soñáis.

LUIS.

¿Por qué?

PASC.

¿No está preso?

LUIS.

Sí que está;
mas también lo estaba yo,
y un hidalgo me fió.

PASC.

Mas ¿quién a él le fiará?

LUIS.

En fin, sólo un medio encuentro
de satisfacerme.

PASC.

¿Cuál?

LUIS.

Que de esta casa, Pascual,
quede yo esta noche dentro.

PASC.

Mirad que así de doña Ana
tenéis el honor vendido.

LUIS.

¡Qué mil rayos! ¿Su marido
no voy a ser yo mañana?

PASC.

Mas, señor, ¿no os digo yo
que os fío con la existencia...?

LUIS.

Sí; salir de una pendencia,
mas de un ardid diestro, no.
Y, en fin, o paso en la casa
la noche, o tomo la calle,
aunque la justicia me halle.

PASC.

Señor don Luis, eso pasa
de terquedad, y es capricho
que dejar os aconsejo,
y os irá bien.

LUIS.

No lo dejo,

PASC.

¡Don Luis!

LUIS.

Está dicho.

PASC.

¡Vive Dios! ¿Hay tal afán?

LUIS.

Tú dirás lo que quisieres,
mas yo fío en las mujeres
mucho menos que en don Juan;
y pues lance es extremado
por dos locos emprendido,
bien será un loco atrevido
para un loco desalmado.

PASC.

Mirad bien lo que decís,
porque yo sirvo a doña Ana
desde que nació, y mañana
seréis su esposo, don Luis.

LUIS.

Pascual, esa hora llegada
y ese derecho adquirido,
yo sabré ser su marido
y la haré ser bien casada.
Mas en tanto...

PASC.

No habléis más.
Yo os conozco desde niños,
y sé lo que son cariños,
¡por vida de Barrabás!
Oíd: mi cuarto es sobrado
para los dos: dentro de él
quedad; mas palabra fiel
dadme de estaros callado.

LUIS.

Te la doy.
Y hasta mañana
juntos con doble cautela,
nos quedaremos en vela.

LUIS.

Y se salvará doña Ana.

PASC.

Sea.

LUIS.

Pues vamos.

PASC.

¡Teneos!
¿Qué vais a hacer?

LUIS.

A entrar.

PASC.

¿Ya?

LUIS.

¿Quién sabe lo que él hará?

PASC.

Vuestros celosos deseos
reprimid: que ser no puede
mientras que no se recoja
mi amo, don Gil de Pantoja,
y todo en silencio quede.

LUIS.

¡Voto a...!

PASC.

¡Eh! Dad una vez
breves treguas al amor.

LUIS.

Y ¿a qué hora ese buen señor
suele acostarse?

PASC.

A las diez;
y en esa calleja estrecha
hay una reja; llamad
a las diez, y descuidad
mientras en mí.

LUIS.

Es cosa hecha.

PASC.

Don Luis, hasta luego pues.

LUIS.

Adiós, Pascual, hasta luego.

ESCENA III

DON LUIS

LUIS.

Jamás tal desasosiego
tuve. Paréceme que es
esta noche hora menguada
para mí... y no sé qué vago
presentimiento, qué estrago
teme mi alma acongojada.
¡Por Dios que nunca pensé
que a doña Ana amara así
ni por ninguna sentí
lo que por ella...! ¡Oh! Y a fe
que de don Juan me amedrenta,
no el valor, mas la ventura.
Parece que le asegura
Satanás en cuanto intenta.
No, no; es un hombre infernal,
y téngome para mí
que si me aparto de aquí,
me burla, pese a Pascual.
Y aunque me tenga por necio,
quiero entrar; que con don Juan
las preocupaciones no están
para vistas con desprecio.

(Llama a la ventana).

ESCENA IV

DON LUIS y DOÑA ANA

ANA.

¿Quién va?

LUIS.

¿No es Pascual?

ANA.

¡Don Luis!

LUIS.

Doña Ana.

ANA.

¿Por la ventana
llamas ahora?

LUIS.

¡Ay, doña Ana,
cuán a buen tiempo salís!

ANA.

Pues ¿qué hay, Mejía?

LUIS.

Un empeño
por tu beldad, con un hombre
que temo.

ANA.

Y ¿qué hay que te asombre
en él, cuando eres tú el dueño
de mi corazón?

LUIS.

Doña Ana,
no lo puedes comprender,
de ese hombre sin conocer
nombre y suerte.

ANA.

Será vana
su buena suerte conmigo.
Ya ves, sólo horas nos faltan
para la boda, y te asaltan
vanos temores.

LUIS.

Testigo
me es Dios que nada por mí
me da pavor mientras tenga
espada, y ese hombre venga
cara a cara contra ti.
Mas, como el león audaz,
y cauteloso y prudente,
como la astuta serpiente...

ANA.

¡Bah! Duerme, don Luis, en paz,
que su audacia y su prudencia
nada lograrán de mí,
que tengo cifrada en ti
la gloria de mi existencia.

LUIS.

Pues bien, Ana, de ese amor
que me aseguras en nombre,
para no temer a ese hombre
voy a pedirte un favor.

ANA.

Di; mas bajo, por si escucha
tal vez alguno.

LUIS.

Oye, pues.

ESCENA V

DOÑA ANA y DON LUIS, a la reja derecha; DON JUAN y CIUTTI, en la calle izquierda.

CIUT.

Señor, ¡por mi vida, que es
vuestra suerte buena y mucha!

JUAN.

Ciutti, nadie como yo;
ya viste cuán fácilmente
el buen alcaide prudente
se avino y suelta me dió.
Mas no hay ya en ello que hablar:
¿mis encargos has cumplido?

CIUT.

Todos los he concluído
mejor que pude esperar.

JUAN.

¿La beata...?

CIUT.

Ésta es la llave
de la puerta del jardín,
que habrá que escalar al fin,
pues como usarced ya sabe,
las tapias de ese convento
no tienen entrada alguna.

JUAN.

Y ¿te dió carta?

CIUT.

Ninguna;
me dijo que aquí al momento
iba a salir de camino;
que al convento se volvía,
y que con vos hablaría.

JUAN.

Mejor es.

CIUT.

Lo mismo opino.

JUAN.

¿Y los caballos?

CIUT.

Con silla
y freno los tengo ya.

JUAN.

¿Y la gente?

CIUT.

Cerca está.

JUAN.

Bien, Ciutti; mientras Sevilla
tranquila en sueño reposa
creyéndome encarcelado,
otros dos nombres añado
a mi lista numerosa.
¡Ja!, ¡ja!

CIUT.

¡Señor...!

JUAN.

¿Qué?

CIUT.

¡Callad!

JUAN.

¿Qué hay, Ciutti?

CIUT.

Al doblar la esquina,
en esa reja vecina
he visto a un hombre.

JUAN.

Es verdad:
pues ahora sí que es mejor
el lance: ¿y si es ése?

CIUT.

¿Quién?

JUAN.

Don Luis.

CIUT.

Imposible.

JUAN.

¡Toma!
¿No estoy yo aquí?

CIUT.

Diferencia
va de él a vos.

JUAN.

Evidencia
lo creo, Ciutti; allí asoma
tras de la reja una dama.

CIUT.

Una criada tal vez.

JUAN.

Preciso es verlo, ¡pardiez!,
no perdamos lance y fama.
Mira, Ciutti: a fuer de ronda
tú con varios de los míos
por esa calle escurríos,
dando vuelta a la redonda
a la casa.

CIUT.

Y en tal caso
cerrará ella.

JUAN.

Pues con eso,
ella ignorante y él preso,
nos dejarán franco el paso.

CIUT.

Decís bien.

JUAN.

Corre y atájale,
que en ello el vencer consiste.

CIUT.

¿Mas si el truhán se resiste?

JUAN.

Entonces, de un tajo, rájale.

ESCENA VI

DON JUAN, DOÑA ANA, DON LUIS

LUIS.

¿Me das, pues, tu asentimiento?

ANA.

Consiento.

LUIS.

¿Complácesme de ese modo?

ANA.

En todo.

LUIS.

Pues te velaré hasta el día.

ANA.

Sí, Mejía.

LUIS.

Páguete el cielo, Ana mía,
satisfacción tan entera.

ANA.

Porque me juzgues sincera,
consiento en todo, Mejía.

LUIS.

Volveré, pues, otra vez.

ANA.

Sí, a las diez.

LUIS.

¿Me aguardarás, Ana?

ANA.

Sí.

LUIS.

Aquí.

ANA.

Y tú estarás puntual, ¿eh?

LUIS.

Estaré.

ANA.

La llave, pues, te daré.

LUIS.

Y dentro yo de tu casa,
venga Tenorio.

ANA.

Alguien pasa;
A las diez.

LUIS.

Aquí estaré.

ESCENA VII

DON JUAN, DON LUIS

LUIS.

Mas se acercan. ¿Quién va allá?

JUAN.

Quien va.

LUIS.

De quien va así, ¿qué se infiere?

JUAN.

Que quiere.

LUIS.

¿Ver si la lengua le arranco?

JUAN.

El paso franco.

LUIS.

Guardado está.

JUAN.

¿Y soy yo manco?

LUIS.

Pidiéraislo en cortesía.

JUAN.

Y ¿a quién?

LUIS.

A don Luis Mejía,

JUAN.

Quien va, quiere el paso franco,

LUIS.

¿Conocéisme?

JUAN.

Sí.

LUIS.

¿Y yo a vos?

JUAN.

Los dos.

LUIS.

Y ¿en qué estriba el estorballe?

JUAN.

En la calle.

LUIS.

¿De ella los dos por ser amos?

JUAN.

Estamos.

LUIS.

Dos hay no más que podamos
necesitarle a la vez.

JUAN.

Lo sé.

LUIS.

¡Sois don Juan!

JUAN.

¡Pardiez!
Los dos ya en la calle estamos.

LUIS.

¿No os prendieron?

JUAN.

Como a vos.

LUIS.

¡Vive Dios!
Y ¿huisteis?

JUAN.

Os imité.
¿Y qué?

LUIS.

Que perderéis.

JUAN.

No sabemos.

LUIS.

Lo veremos.

JUAN.

La dama entrambos tenemos
sitiada, y estáis cogido.

LUIS.

Tiempo hay.

JUAN.

Para vos perdido.

LUIS.

¡Vive Dios, que lo veremos!
(Don Luis desenvaina su espada; mas Ciutti, que ha bajado con los suyos cautelosamente hasta colocarse tras él, le sujeta.)

JUAN.

Señor don Luis, vedlo, pues.

LUIS.

Traición es.

JUAN.

La boca...
(A los suyos, que se la tapan a Don Luis.)

LUIS.

¡Oh!

JUAN.

(Le sujetan los brazos.)
Sujeto atrás:
más.
La empresa es, señor Mejía,
como mía.
Encerrádmele hasta el día. (A los suyos.)
La apuesta está ya en mi mano.
(A don Luis.)
Adiós, don Luis: si os la gano,
traición es; mas como mía.

ESCENA VIII

DON JUAN

JUAN.

Buen lance, ¡viven los cielos!
Éstos son los que dan fama:
mientras le soplo la dama
él se arrancará los pelos
encerrado en mi bodega.
¿Y ella? Cuando crea hallarse
con él..., ¡ja!, ¡ja! ¡Oh!, y quejarse
no puede; limpio se juega.
A la cárcel le llevé
y salió; llevóme a mí,
y salí; hallarnos aquí
era fuerza..., ya se ve:
su parte en la grave apuesta
defendía cada cual.
Mas con la suerte está mal
Mejía, y también pierde ésta.
Sin embargo, y por si acaso,
no es demás asegurarse
de Lucía, a desgraciarse
no vaya por poco el paso.
Mas por allí un bulto negro
se aproxima..., y, a mi ver,
es el bulto una mujer.
¿Otra aventura? Me alegro.

ESCENA IX

DON JUAN, BRÍGIDA

BRÍG.

¿Caballero?

JUAN.

¿Quién va allá?

BRÍG.

¿Sois don Juan?

JUAN.

¡Por vida de...!
¡Si es la beata! ¡Y a fe
que la había olvidado ya!
Llegaos, don Juan soy yo.

BRÍG.

¿Estáis solo?

JUAN.

Con el diablo.

BRÍG.

¡Jesucristo!

JUAN.

Por vos lo hablo.

BRÍG.

¿Soy yo el diablo?

JUAN.

Creoló.

BRÍG.

¡Vaya! ¡Qué cosas tenéis!
Vos sí que sois un diablillo...

JUAN.

Que te llenará el bolsillo
si le sirves.

BRÍG.

Lo veréis.

JUAN.

Descarga, pues, ese pecho.
¿Qué hiciste?

BRÍG.

¡Cuanto me ha dicho
vuestro paje...! ¡Y qué mal bicho
es ese Ciutti!

JUAN.

¿Qué ha hecho?

BRÍG.

¡Gran bribón!

JUAN.

¿No os ha entregado
un bolsillo y un papel?

BRÍG.

Leyendo estará ahora en él
doña Inés.

JUAN.

¿La has preparado?

BRÍG.

Vaya; y os la he convencido
con tal maña y de manera,
que irá como una cordera
tras vos.

JUAN.

¡Tan fácil te ha sido!

BRÍG.

¡Bah! Pobre garza enjaulada,
dentro la jaula nacida,
¿qué sabe ella si hay más vida
ni más aire en que volar?
Si no vió nunca sus plumas
del sol a los resplandores,
¿qué sabe de los colores
de que se puede ufanar?
No cuenta la pobrecilla
diez y siete primaveras,
y aún virgen a las primeras
impresiones del amor,
nunca concibió la dicha
fuera de su pobre estancia,
tratada desde su infancia
con cauteloso rigor.
Y tantos años monótonos
de soledad y convento
tenían su pensamiento
ceñido a punto tan ruin,
a tan reducido espacio,
y a círculo tan mezquino,
que era el claustro su destino
y el altar era su fin.
«Aquí está Dios», la dijeron;
y ella dijo: «Aquí le adoro.»
«Aquí está el claustro y el coro.»
Y pensó: «No hay más allá.»
Y sin otras ilusiones
que sus sueños infantiles,
pasó diez y siete abriles
sin conocerlo quizá.

JUAN.

¿Y está hermosa?

BRÍG.

¡Oh! Como un ángel.

JUAN.

¿Y la has dicho...?

BRÍG.

Figuraos
si habré metido mal caos
en su cabeza, don Juan.
La hablé del amor, del mundo,
de la corte y los placeres,
de cuánto con las mujeres
erais pródigo y galán.
La dije que erais el hombre
por su padre destinado
para suyo: os he pintado
muerto por ella de amor,
desesperado por ella
y por ella perseguido,
y por ella decidido
a perder vida y honor.
En fin, mis dulces palabras,
al posarse en sus oídos,
sus deseos mal dormidos
arrastraron de sí en pos;
y allá dentro de su pecho
han inflamado una llama
de fuerza tal, que ya os ama
y no piensa más que en vos.

JUAN.

Tan incentiva pintura
los sentidos me enajena,
y el alma ardiente me llena
de su insensata pasión.
Empezó por una apuesta,
siguió por un devaneo,
engendró luego un deseo,
y hoy me quema el corazón.
Poco es el centro de un claustro,
¡al mismo infierno bajara,
y a estocadas la arrancara
de los brazos de Satán!
¡Oh! Hermosa flor, cuyo cáliz
al rocío aún no se ha abierto,
a trasplantarte va al huerto
de sus amores don Juan.
¿Brígida?

BRÍG.

Os estoy oyendo,
y me hacéis perder el tino:
yo os creía un libertino
sin alma y sin corazón.

JUAN.

¿Eso extrañas? ¿No está claro
que en un objeto tan noble
hay que interesarse doble
que en otros?

BRÍG.

Tenéis razón.

JUAN.

¿Conque a qué hora se recogen
las madres?

BRÍG.

Ya recogidas
estarán. ¿Vos prevenidas
todas las cosas tenéis?

JUAN.

Todas.

BRÍG.

Pues luego que doblen
a las ánimas, con tiento
saltando al huerto, al convento
fácilmente entrar podéis
con la llave que os he enviado:
de un claustro oscuro y estrecho
es; seguidle bien derecho,
y daréis con poco afán
en nuestra celda.

JUAN.

Y si acierto
a robar tan gran tesoro,
te he de hacer pesar en oro.

BRÍG.

Por mí no queda, don Juan.

JUAN.

Ve y aguárdame.

BRÍG.

Voy, pues,
a entrar por la portería,
y a cegar a sor María
la tornera. Hasta después.

(Vase Brígida, y un poco antes de concluir esta escena sale Ciutti, que se para en el fondo esperando).

ESCENA X

DON JUAN, CIUTTI

JUAN.

Pues, señor, ¡soberbio envite!
Muchas hice hasta esta hora,
mas, ¡por Dios que la de ahora,
será tal, que me acredite!
Mas ya veo que me espera
Ciutti. ¿Lebrel? (Llamándole.)

CIUT.

Aquí estoy.

JUAN.

¿Y don Luis?

CIUT.

Libre por hoy
estáis de él.

JUAN.

Ahora quisiera
ver a Lucía.

CIUT.

Llegar
podéis aquí. (A la reja derecha.) Yo la llamo,
y al salir a mi reclamo
la podéis vos abordar.

JUAN.

Llama, pues.

CIUT.

La seña mía
sabe bien para que dude
en acudir.

JUAN.

Pues si acude
lo demás es cuenta mía.

(Ciutti llama a la reja con una seña que parezca convenida. Lucía se asoma a ella, y al ver a Don Juan se detiene un momento).

ESCENA XI

DON JUAN, LUCÍA, CIUTTI

LUCÍA.

¿Qué queréis, buen caballero?

JUAN.

Quiero.

LUCÍA.

¿Qué queréis? Vamos a ver.

JUAN.

Ver.

LUCÍA.

¿Ver? ¿Qué veréis a esta hora?

JUAN.

A tu señora.

LUCÍA.

Idos, hidalgo, en mal hora;
¿quién pensáis que vive aquí?

JUAN.

Doña Ana Pantoja, y
quiero ver a tu señora.

LUCÍA.

¿Sabéis que casa doña Ana?

JUAN.

Sí, mañana.

LUCÍA.

¿Y ha de ser tan infiel ya?

JUAN.

Sí será.

LUCÍA.

¿Pues no es de don Luis Mejía?

JUAN.

¡Ca! Otro día.
Hoy no es mañana, Lucía:
yo he de estar hoy con doña Ana,
y si se casa mañana,
mañana será otro día.

LUCÍA.

¡Ah! ¿En recibiros está?

JUAN.

Podrá.

LUCÍA.

¿Qué haré si os he de servir?

JUAN.

Abrir.

LUCÍA.

¡Bah! ¿Y quién abre este castillo?

JUAN.

Ese bolsillo.

LUCÍA.

¿Oro?

JUAN.

Pronto te dió el brillo.

LUCÍA.

¡Cuánto!

JUAN.

De cien doblas pasa.

LUCÍA.

¡Jesús!

JUAN.

Cuenta y di: ¿esta casa
podrá abrir este bolsillo?

LUCÍA.

Oh! Si es quien me dora el pico...

JUAN.

Muy rico. (Interrumpiéndola.)

LUCÍA.

¿Sí? ¿Qué nombre usa el galán?

JUAN.

Don Juan.

LUCÍA.

¿Sin apellido notorio?

JUAN.

Tenorio.

LUCÍA.

¡Ánimas del purgatorio!
¿Vos don Juan?

JUAN.

¿Qué te amedrenta,
si a tus ojos se presenta
muy rico don Juan Tenorio?

LUCÍA.

Rechina la cerradura.

JUAN.

Se asegura.

LUCÍA.

¿Y a mí, quién? ¡Por Belcebú!

JUAN.

Tú.

LUCÍA.

¿Y qué me abrirá el camino?

JUAN.

Buen tino.

LUCÍA.

¡Bah! Ir en brazos del destino...

JUAN.

Dobla el oro.

LUCÍA.

Me acomodo.

JUAN.

Pues mira cómo de todo
se asegura tu buen tino.

LUCÍA.

Dadme algún tiempo, ¡pardiez!

JUAN.

A las diez.

LUCÍA.

¿Dónde os busco, o vos a mí?

JUAN.

Aquí.

LUCÍA.

¿Conque estaréis puntual, eh?

JUAN.

Estaré.

LUCÍA.

Pues yo una llave os traeré.

JUAN.

Y yo otra igual cantidad.

LUCÍA.

No me faltéis.

JUAN.

No en verdad;
a las diez aquí estaré.
Adiós, pues, y en mí te fía.

LUCÍA.

Y en mí el garboso galán.

JUAN.

Adiós, pues, franca Lucía.

LUCÍA.

Adiós, pues, rico D. Juan.

(Lucía cierra la ventana. Ciutti se acerca a Don Juan a una seña de éste).

ESCENA XII

DON JUAN, CIUTTI

JUAN.

(Riéndose.)
Con oro nada hay que falle:
Ciutti ya sabes mi intento:
a las nueve en el convento;
a las diez, en esta calle. (Vase).